martes, 17 de febrero de 2015

CASO NISMAN: investigacion de la Universidad Nacional de San Martin - Revista Anfivia

En estos días, se acusa a quien piensa distinto sobre la muerte de Nisman de “aferrarse a su ideología con la ceguera del fanatismo”. En este ensayo, el antropólogo Alejandro Grimson actúa como un maestro de la sospecha e indaga en interpretaciones infundadas que medios y políticos naturalizan. Sin caer en relativismos, distingue entre hechos y conjeturas, y explica la crisis cultural que atraviesa hoy la sociedad argentina y los posibles escenarios futuros.

Revista ANFIBIA on line


La certeza es, por así decirlo, un tono en el que se constata cómo son las cosas; pero del tono no se sigue que uno esté justificado. Sería posible hablar de un estado anímico de convicción. Y tal estado de ánimo podría ser el mismo tanto cuando se supiera como cuando se creyera erróneamente.”

Ludwig Wittgenstein, Sobre la certeza

Certezas de todo tipo

Todos los argentinos nos convertimos en Sherlock Holmes el 19 de enero. El baño, la pistola, la sangre, la custodia, las cámaras, la lista del supermercado, las cerraduras, el pasadizo secreto, la denuncia, un espía, otro espía, wikileaks, un barrido electrónico, el ADN. Holmes, al momento de concluir, nos explicaba cómo encajaban todas y cada una de las piezas. Agatha Christie también fue una maestra en sostener el misterio hasta el final. La novela moderna, la racionalidad absoluta en que todas las piezas encajan. Literatura de un mundo pequeño comparada con los novelistas actuales del suspenso: el autor sueco Mankell y su detective, Wallander, tienen varias diferencias con Holmes. Wallander es un policía con sobrepeso, a veces bebe de más, y gracias a su persistencia y una corazonada logra resolver los casos, aunque deja atrás muchísimos cabos sueltos. Nunca todo encaja. Nunca hay una racionalidad total; el mundo no entra en una novela.

Sin esperar ni a Holmes ni a Wallander, los argentinos nos lanzamos a discutir el caso Nisman, siempre estando completamente seguros. De cada hecho emerge una interpretación clara. Si la puerta del baño no podía abrirse, suicidio. Si no había pólvora en su mano, asesinato. El cerrajero abrió rápido: asesinato. Pero la madre había abierto otra puerta: suicidio. Todo lo que se dice podría ser interpretado de otro modo. Un ejemplo: la famosa discusión sobre si era o no verdadera la revelación de lo que había en el tacho de basura de Nisman se llevó adelante como si la existencia de esos papeles tuviera un significado transparente. Nisman pensó en pedir la detención de la presidenta, “dejó un mensaje”… Pero eran papeles que había tirado a la basura. Quien afirma que “dejó un mensaje”, ¿tiene certeza de que se suicidó?, ¿también sabe por qué no mandó el supuesto mensaje por email?

Como la verdad no podía alcanzarse a la velocidad que necesitábamos, en lugar de deshojar una margarita con las hipótesis debíamos partir de un hecho: sólo sé que no sé nada. A partir de ahí, establecer los hechos. Y hacer preguntas sobre las interpretaciones y los contextos.

Devastación

Las presunciones son simples. Si fue suicidio por propia voluntad es porque la denuncia de Nisman carecía de sustento. Si fue asesinado por algún pretendido oficialista, era una verdad irrefutable. Si fue asesinado por quienes lo ayudaron en la preparación de dicha denuncia, fue víctima de una trampa para desestabilizar al gobierno. Si fue inducido al suicidio, se aplican cualquiera de estos últimos dos criterios.
grimson_ANDRADE_1_izqda
Foto: Rolando Andrade
¿Y si no fuera así? ¿Si fuera más complicado? ¿Si la necesaria verdad, cualquiera sea, revelara mucho más que estas presunciones, un entramado más enmarañado y desconocido? ¿Cómo encaja la causa AMIA? ¿Qué incidencia tiene la causa por encubrimiento que en pocos meses va a juicio oral? ¿La geopolítica mundial se reduce a kircherismo y antikirchnerismo? Desde el instante en que se conoció la conmocionante noticia, el vértigo interpretativo habría pecado de leer equivocadamente los indicios, de sacar conclusiones más apresuradas que certeras. Este artículo es una invitación a preguntarnos si no deberíamos mirar las cosas de otro modo y si ese ejercicio no nos permitiría ver otros procesos.

La sociedad argentina atraviesa una crisis de interpretación como pocas veces ha sucedido en su historia. La capacidad de los principales actores sociales, mediáticos y políticos de distinguir los hechos de las interpretaciones parece devastada. Desde el momento en que la noticia nos puso a todos la piel de gallina, la pregunta que guía las conversaciones se refiere al dictamen final: suicidio, asesinato, instigación, quién. Hay una necesidad colectiva de responder de forma urgente esos interrogantes. Esa misma necesidad nos ha tendido una trampa: pedirle a cada hecho, a cada noticia, a cada evidencia, a cada paso de la investigación que le otorgue un sentido cristalino a un acontecimiento que, posiblemente, carezca de él.

Suicidio, asesinato, ángeles y demonios

La matriz hermenéutica argentina, se sabe, es dicotómica. Por lo tanto, durante los días y semanas posteriores a la muerte del fiscal Nisman fueron surgiendo ángeles y demonios.

La celeridad de algunos altos funcionarios por afirmar que fue un suicidio contribuyó a alimentar la interpretación de que fue un asesinato. Es más, en el caso de que efectivamente Nisman se hubiera suicidado es posible que, tal como están las cosas hoy en día, amplios sectores de la sociedad jamás lo crean. En pocos días la principal dicotomía entonces se desplazó de “suicidio versus asesinato” a “¿quién lo mató?”, aunque hasta ahora no se ha hecho pública una sola prueba que dé lugar a la certeza de que hubo un homicidio.

Se ha instalado la idea de que nada previo a la muerte del fiscal puede ser puesto en análisis y discusión porque implicaría falta de decoro. ¿Es así?

Deberíamos acordar que conocer la verdad sobre las causas o motivos de su muerte es una condición para que el futuro de la sociedad argentina esté marcado por las instituciones y la democracia. Sin verdad, ni siquiera tendríamos pruebas de impunidad, ya que para ello necesitamos la certeza de que hubo un homicidio, si es que lo hubo. Así que, con el debido respeto, una discusión o reflexión sobre la actuación de Nisman en la causa AMIA y sobre la denuncia que presentó el 14 de enero debería poder darse de modo civilizado como una herramienta más para conocer los hechos.

Los hechos y las interpretaciones

En la sociedad contemporánea, el aforismo de Nietzsche cobra un vuelo quizás inesperado: “no hay hechos, hay interpretaciones”. Hay hechos: los muertos son hechos. Por supuesto, puede decirse que cada palabra es una interpretación: cadáver, fallecido, asesinado, ultimado, portan sentidos muy distintos. El sentido no es inherente, el sentido es siempre una relación interpretativa.

Ahora, si pasamos a un segundo nivel donde “muerto” es una convención que permite describir un hecho, podemos partir de acuerdos sociales básicos. Así, un muerto es un muerto. Tortura es tortura. Genocidio es genocidio.
Foto: Rolando Andrade
Foto: Rolando Andrade
En el primer nivel, donde todo está sujeto a interpretación, afirmar que un prisionero fue torturado es una cuestión de puntos de vista. Esto es inaceptable, moral y epistemológicamente.

El problema es dónde se traza la frontera entre los hechos y las interpretaciones. Los negacionistas consideran que el genocidio nazi no fue un hecho, ni los muertos ni el plan criminal. En otros países puede haber debate sobre si el término genocidio es el adecuado para comprender hechos que nadie pone en cuestión.

Hay hechos objetivos, incluso si las instituciones no tienen capacidad de probarlos. Hay hechos incluso si no son nombrados: muertos que no son socialmente reconocidos, tanto como hay planetas y estrellas que la humanidad no conoce y por lo tanto no nombra. Pero potencialmente pueden ser descubiertos y designados.
Ahora, las interpretaciones no son equivalentes. Es distinta una interpretación interesada que se apoya en los hechos, de las interpretaciones ridículas. Las dos características principales de éstas, es que no se atienen a los hechos y no tienen verosimilitud o legitimidad social.

Sin embargo, hay otras que tienen amplia o alguna legitimidad social, con las que disentimos. Son verosímiles. Son hegemónicas. La ficción del “uno a uno” de la convertibilidad es un buen ejemplo.

Un nuevo problema surge cuando las interpretaciones que contradicen abiertamente los hechos tienen legitimidad social. Los argentinos somos derechos y humanos. Entiéndase bien: existe la situación en la que los hechos habilitan de modo verosímil diferentes interpretaciones. Eso tiene un límite. Podría decirse que hay interpretaciones que están exactamente en el límite de lo plausible. Pero hay otras que son puramente delirantes: esto que usted está leyendo no es un artículo, es un elefante.

Performatividad equivocada

El aforismo de Nietzsche tenía otra implicancia: las verdades pueden ser fabricadas a través de interpretaciones verosímiles. Y esas “verdades” producen efectos reales, transforman la realidad. Las expresiones de deseos como certezas y la voluntad de la profecía autocumplida. Frases como “el peronismo ha muerto” o “los radicales no pueden gobernar” justamente son interpretaciones que buscan fabricar realidades futuras. Con las encuestas electorales sucede que la búsqueda de la profecía autocumplida puede tender una trampa cuando el electorado se espanta ante los pronósticos.

Ahora, ¿por qué existen tantas profecías no cumplidas? Es que la conciencia social de performatividad no es tan sencilla. Ante el anuncio de que habrá un determinado triunfo electoral el resultado puede ser el contrario del buscado: la concentración de votos en el otro candidato con posibilidades. Esto es muy sabido, pero poco teorizado.

Ante la muerte de Nimsan, la sociedad sabe que las interpretaciones son interesadas. Cuando el interés es autoevidente puede resultar más eficaz una acción reflexiva sobre las consecuencias paradojales de la lucha de interpretaciones que una simple lucha de interpretaciones.

Así se generan las famosas consecuencias no deseadas de la acción o la paradoja de la conciencia de performatividad. Sé que mi interpretación puede fabricar realidades, pero pierdo de vista que eso no es mecánico: aunque no fuera mi intención, si se percibe un gesto forzado, todo cae en el descrédito.


grimson_lizarzuay_3_col


Guerra hermenéutica

La noticia de la muerte de Nisman perteneció a aquellas escasas informaciones que generan un efecto físico sobre nuestros cuerpos. Todos nos preguntamos acerca de cómo comprender este mundo llamado Argentina. La sociedad ingresó en un estado de estrés, de ansiedad colectiva, que sólo podría cerrarse con la verdad. Pero la verdad se presentó escurridiza, emergieron datos contradictorios, florecieron interpretaciones. Todos los rostros rotaron para mirar al gobierno. Aparecieron las palabras suicidio, después llegó “suicidio, ¿suicidio?” y posteriormente “el suicidio (que estoy convencida) no fue un suicidio”.

En el escenario político, Nisman se había convertido en un adversario político del gobierno. Con todos los derechos y garantías, por más endeble y carente de pruebas que fuera su denuncia. Un fiscal tiene derecho a presentar una denuncia absurda. Serán las instituciones correspondientes las que deban establecer un dictamen sobre la misma y eventualmente juzgar, a través de los procedimientos establecidos, su actuación.

Hay sectores del oficialismo que hasta hoy no han comprendido que una de las demandas sociales vigentes es que el gobierno, a cargo del Estado, garantice incluso los derechos de quienes los critican o denuncian, así lo hagan alocadamente. Y no alcanza con que el gobierno lo haga, también debe generar la sensación clara de hacerlo. No sólo hay que ser, hay que parecer. Un ejemplo extremo: la mejor tradición democrática argentina que involucró a gobiernos diversos fue garantizar los derechos procesales y ciudadanos de Jorge Rafael Videla, comenzando por garantizar su propia vida. La diferencia entre lo que yo pueda opinar acerca de la denuncia de Nisman y el derecho que tenía Nisman –y todos quienes quieran hoy a sostener esa denuncia–, es un abismo. Un abismo separa el derecho de decir y denunciar independientemente del contenido de la denuncia. Es una pena que no todos hayan actuado como la Procuradora General, que envió una corona de flores al velatorio de Nisman. Es su deber institucional y un acto humano. Si otros quieren destruir la corona o escupir las condolencias, cada uno deberá hacerse cargo de sus acciones. Sería un error no enviar coronas, condolencias o solidaridad con los familiares por la opinión sobre las acciones del fiscal. Ese error indica que no se comprende la complejidad de lo que está sucediendo.

Certezas

El pensador Santiago Kovadloff asistió al entierro de Nisman y leyó un texto. Decía que hay un sector de la argentina que “habita otro país. Es invulnerable a la magnitud de la muerte. Es invulnerable al crimen porque lo entiende como parte de una patraña orientada hacia la destitución de un gobierno constitucional. Es absolutamente impermeable a la verdad de los hechos y se aferra a su ideología con la ceguera del fanatismo. Esa dualidad, ese desgarramiento terrible de dos realidades que se confrontan y parecen combatirse entre sí son en el fondo una dificultad muy profunda para hacer de nuestro país un solo país. Para hacer de nuestro dolor un solo dolor. Para hacer de nuestra conciencia crítica la conciencia crítica de un pueblo”.

grimson_telam_4_caja
Foto: Telam
Comparto con Kovadloff el deseo, la ilusión, de algún día habitar una Argentina donde el dolor de la muerte sea “un solo dolor”, una Argentina con conciencia crítica, una Argentina que sea un solo país. Creo, sin embargo, que en un caso como el de Nisman eso sólo hubiera sido posible si ningún sector de la Argentina hubiera asegurado saber “la verdad de los hechos”. Porque la verdad de los hechos no podría ser una cuestión de fe. Sucedió lo contrario. Llevamos un mes sin conocer la verdad y acusando a aquellos que interpretan los hechos de otro modo de “aferrarse a su ideología con la ceguera del fanatismo”. Sólo podría haber habido un solo dolor si ese dolor hubiera estado asociado a la ausencia temporal de una verdad concluyente.
Al dolor y la conmoción que nos produjo la muerte de Nisman, le sumamos la conmoción de volver a reconocer que Argentina es un país que padece la incapacidad cultural de compartir experiencias límites.

Y de estar abierto a la verdad, sea cual fuera. Quiero saber la verdad y con mayor énfasis si muestra que estoy equivocado. Mis convicciones estarán sujetas a los hechos que se demuestren.

“Ahora matan”

Establecí una relación entre muchas declaraciones. Por tomar dos de enorme potencia: Carrió dice “ahora matan” y Despouy afirma, “estamos en 1973”.
Imagino que para el antikirchnerismo la idea de que el gobierno o un sector del oficialismo mandó a matar a Nisman es la confirmación de una degradación moral. “Ahora matan” no implica una certeza, sino dos. Y en una, que no es poco, estamos de acuerdo: por más criticable que sea el kirchnerismo nunca usó el asesinato como herramienta política. No es que no haya habido muertos y desaparecidos en democracia. La lista es más extensa que lo que cualquier puede aceptar. Pero Carrió dice que no fue el brazo del gobierno, lo cual es obvio. Ella afirma que ahora sí, segunda afirmación dicha con la certeza máxima. La pregunta será si el estatus moral (no matarás es una cuestión moral, antes que jurídica) ha cambiado. O si eso no ha cambiado, sino solo la oportunidad para hacer ahora semejante acusación. Necesitamos saberlo.

Despouy dijo: “Vivimos en un país como el del ’73, ahí se instaló el asesinato político”. Es un ejemplo de interpretación absurda. En 1973 la Argentina salía de una dictadura de siete años, donde ya había habido asesinatos políticos. En 1973 había dos importantes organizaciones políticas que estaban armadas en conflicto no sólo con fuerzas del Estado, sino con fuerzas políticas de orientación contraria. Al menos desde 1974 desde áreas del Estado se montó un aparato paramilitar que persiguió y asesinó sistemáticamente a dirigentes políticos y sociales de la izquierda, antesala del terrorismo de Estado desde 1976.

Pocas veces hubo dudas con los asesinatos de la Triple A, que se caracterizaban por su espectacularidad. No sabemos si Nisman fue asesinado. Quien suponga que lo fue no tiene un solo elemento de prueba de que haya habido sectores del Estado involucrados. Es una interpretación con carencia de hechos conocidos. Pero la idea de que se habría inaugurado ahora en Argentina una etapa comparable a la de 1973 en cualquier caso es una interpretación aberrante porque viola todos los parámetros de comparación histórica.
Foto: Rolando Andrade
Foto: Rolando Andrade
El hecho de que el kirchnerismo no sólo jamás utilizó la muerte como herramienta política, sino más bien por el contrario, tuvo cierta obsesión en evitar situaciones sociopolíticas que pudieran terminar en muertes, plantea la pregunta acerca de por qué podría haber cambiado. Supuestamente, según he leído, por la denuncia de Nisman. He leído análisis de periodistas y juristas relacionados con el oficialismo sobre la denuncia, pero no he leído análisis pormenorizados por parte de la oposición. El diario La Nación consultó juristas que indicaron que no se conocen pruebas contra la presidenta o el Canciller. De allí, se explicarían las opiniones de Canicoba Corral o el dictamen de Servini de Cubría al no habilitar la feria.

Debe investigarse la denuncia de Nisman. Debe ser una investigación objetiva y contundente. El antikirchnerismo puede hablar del watergate. Pero en el watergate no quedó duda alguna, las pruebas fueron evidentes. Los hechos hablaban por sí solos. Mientras no exista ninguna prueba, seremos muchos quienes creeremos que los errores políticos del gobierno no implican un delito penal. Y que intentar convertir una cosa en otra es nada más ni nada menos que fabricar un watergate falso. Reconoceremos nuestro error si las pruebas alguna vez aparecieran. Pero exigiremos que no pretendan imponernos la idea de que una imputación es una prueba. Es justamente dicha pretensión tan falsa y tan forzada la que nos lleva a creer que carecen de pruebas. Si estuvieran tan seguros como en un watergate, ¿a qué se debe que se confunda a la población con el significado del término “imputación”? ¿No será que precisan una condena ahora porque ante los tribunales resultará imposible?

Defender la institucionalidad a rajatabla implica defender la independencia de la justicia tanto como el debido proceso, el derecho a la defensa y la consideración de inocencia proclamada por la carta magna. Para mí la disyuntiva no es imputar o no imputar. La disyuntiva es: ofrecen pruebas como en el watergate o actuamos en función de la ausencia de las mismas.

Nos guste o no, la verdad sobre la denuncia y sobre Nisman es parte inocultable de revelar toda la verdad de los hechos. Hubiera querido, a favor del debate republicano, leer a algunos de los excelentes juristas opositores hacer una encendida defensa de esa denuncia. Supongo que si no lo han hecho tendrán alguna razón de peso.
No comprendo por qué los intelectuales honestos del antikirchnerismo pasan por alto las declaraciones de Interpol sobre la denuncia o los datos objetivos sobre el comercio bilateral. Son hechos. Necesitamos toda la verdad.

Muerte y política

La muerte de Nisman es política y nos remite a las conmociones de las grandes muertes políticas de nuestra historia, aunque de un modo específico. La muerte de Perón o la muerte de Kirchner generaron un gran estremecimiento social por múltiples razones, entre ellas por la enorme tristeza que generaron en amplias mayorías de la población y porque incidirían de modo inexorable en nuestro futuro de un modo imprevisible. Pero nadie se preguntó si sectores relacionados al Estado o contra el Estado habían tramado algo en esos casos. Hubiera sido absurdo. Las muertes políticas de estos treinta años de democracia han sido muchas, al menos para un país que entre sus escasos consensos culturales ha optado de modo contundente por extirpar la posibilidad del homicidio de la lucha política. Kostecki y Santillán, los muertos del 20 de diciembre de 2001, Fuentealva, Mariano Ferreyra, los Qom como Roberto López, los muertos del Parque Indoamericano, de conflictos territoriales en provincias se suman a la dolorosa desaparición de Miguel Bru y Julio López. Muchas de esas muertes se asociaron a crisis institucionales y políticas. Frente a otras reinó el silencio, el anonimato, la ausencia de una foto en los medios de comunicación. Hay muertes con rostro y sin rostro. Hay muertes impunes y otras esclarecidas. En varias de las más mediáticas los autores materiales fueron condenados y la sociedad tiene una presunción sobre las responsabilidades políticas. 

Un sector de la sociedad considera obvio que si Nisman denunció a la Presidenta, el oficialismo es responsable de la muerte del fiscal. Otro sector de la sociedad, en el que me incluyo, cree que esa lectura es muy simplista y que pasa por alto algunos datos evidentes. Primero, la debilidad de la denuncia del 14 de enero. Segundo, las consecuencias políticas de su muerte.

En cualquier caso, las muertes políticas con repercusión pública generan procesos de corrosión institucional y crisis interpretativas. Ese rasgo de la cultura y la historia argentina se encuentra agravado en el caso de Nisman por la dificultad de comprender las condiciones en que ocurrió su muerte. Homicidios como suicidios fabricados, suicidios inducidos, suicidio del fiscal, simulaciones. Nada es lo que parece. Hay olor a montaje. Cuando no hay pruebas que indiquen de dónde viene, es habitual que se mire al poder político. Con lupa. Cualquier nuevo error, cualquier incomprensión de la crisis cultural que atravesamos, puede tener consecuencias aún más graves.

grimson_telam_6_caja

El futuro: error de cálculo

Estamos atravesando una crisis cultural: la irrupción de un hecho de gran significación ha afectado los marcos interpretativos. El sentido común pierde vigencia y se torna imperiosa una forma diferente de ver el mundo. La crisis hermenéutica está acompañada por la angustia social. La paradoja es que la ansiedad por cerrar una crisis cultural puede producir efectos indeseados.

La política jamás se reduce a lucha de poderes en la trastienda. Los marcos interpretativos de los dirigentes políticos pueden ser muy diferentes de aquellos de la gente de a pie. Los primeros acceden a informes de inteligencia y contrainteligencia, creen conocer los intereses de una agencia internacional, de un gobierno extranjero, de un grupo de poder. En el mundo democrático, sujeto a procesos electorales pero también a modos de legitimidad social previos y posteriores a las elecciones, la política jamás se restringe a juegos de ajedrez que puedan perder de vista las demandas sociales.

Cuando se produce una demanda social relevante, la pregunta política nunca es exclusivamente cuáles son los intereses de quienes la encabezan. Hay otra pregunta, crucial, que se refiere a los motivos profundos por los cuales esos grupos lograron canalizar ese reclamo. Creer que todos los sectores que quieren expresarse a favor del esclarecimiento de la muerte de Nisman responden a los intereses de quienes son más visibles, es perder de vista cómo se construyó de modo contingente una articulación política. Adherir a la teoría de la manipulación de los tontos por parte de los malvados es un pecado capital, que produce un efecto de parálisis y sólo puede generar nuevos errores.

Por el contrario, resulta crucial comprender que por alguna razón se encadenaron motivaciones heterogéneas. Los intereses corporativos, siempre están. Pero si llegara a haber multitudes podría ser la consecuencia de haber renunciado a la construcción hegemónica. Entre los que aman y odian al gobierno hay una enorme franja de ciudadanos que desea una investigación transparente de todos los hechos. No tienen partido a priori. Si no se les habla a ellos, es difícil que puedan escuchar.

Quienes creen que algún sector oficialista tiene responsabilidad aducen que los errores políticos y comunicacionales del gobierno son prueba de ello. Hay quienes percibimos esos errores y no les quitamos gravedad, pero creemos que por el contrario indicarían un total asombro e improvisación que contrastan con un plan. Si me encuentro en un error de interpretación, soy el primero en querer saberlo. Mientras tanto, escucho demasiadas voces dispuestas a embarrar la cancha para que sus certezas carentes de pruebas no puedan ser desmentidas ni siquiera por los hechos.

En el “caso Nisman” la sociedad y la democracia necesitan toda la verdad. Eso implica la verdad sobre el atentado a la AMIA, la verdad sobre el próximo juicio oral por el encubrimiento de los noventa, la verdad sobre la denuncia de Nisman presentada el 14 de enero, la verdad sobre Nisman y sobre su muerte. No aceptemos que nada quede fuera del debate. Nada.

Quién no quisiera que fuera el hilo de Ariadna. La verdad es que sin saber aún si hay salidas del laberinto, los vahos de podredumbre resultan insoportables.
Hay una dimensión crucial de la política que no se juega en las matemáticas, ni en el palacio, ni siquiera en las leyes. Se juega en la legitimidad social y en las grandes mayorías. El dato es sencillo: hoy esa legitimidad y esas mayorías se juegan en función de que se alcance o no la verdad. Debe fortalecerse todo aquello que garantice la total autonomía de una investigación eficiente y eficaz, que nos saque del atolladero (podría contribuir una presencia de un veedor de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos).

Las únicas dos hipótesis relevantes son si la Argentina logra o no establecer la verdad de lo sucedido. Si lo consigue, muchas certezas quedarán como especulaciones irresponsables, se acrecentará la confianza de la población hacia las instituciones y el país habrá podido reaccionar ante una tragedia irreparable.

En cambio, si la Argentina no logra establecer la verdad, se profundizará una crisis cultural que está provocando una corrosión generalizada, donde pareciera que todo puede ser dicho, que toda teoría puede ser afirmada sin sustento. En el esclarecimiento de la muerte de Nisman hay mucho más en juego que lo que muchos creen.

-See more at: http://www.revistaanfibia.com/ensayo/nisman-y-la-crisis-de-
interpretacion/#sthash.mUFaYJyQ.dpuf

miércoles, 11 de febrero de 2015

Analisis del caso NISMAN

  Con la tecnología de Traductor

sábado, 7 de febrero de 2015

Nisman, espionaje y geopolítica x Santiago O´Donnell




Me pareció de interes compartir este analisis de un experto en temas de inteligencia y politica como ocomo Santiago O´Donnell. Bs.As. 11.2.2015 Luis Raffaghelli.








Ya pasaron algo más de un par de semanas desde la muerte de Nisman y desde aquì mis condolencias a la familia del fiscal. En la Argentina se vive con angustia, con una gran sensación de inseguridad y se dicen muchas cosas, pero por debajo de la política y el sensacionalismo un nuevo tipo de miedo parece haberse instalado en la sociedad. El miedo a la impunidad, pero a la impunidad en serio.

 No tanto por la muerte del fiscal, porque no tiene tanto misterio como parece. Más allá de lo insondable de la mente humana y más allá de que en el futuro la investigación pueda tomar un giro inesperado por la aparición de alguna prueba contundente, lo que se sabe hasta ahora es suficiente como para hacernos una buena idea, más allá de lo que cada cual elija creer. Lo que se sabe es que Nisman le pidió prestada un arma a su colaborador más cercano, después de pedírsela sin éxito a su guardaespaldas más cercano, y  apareció muerto al día siguiente con un balazo en la cabeza en un baño cerrado de un departamento cerrado, sin rastro alguno de que esas entradas hayan sido vulneradas, sin que se encontrara ADN de una tercera persona ni señal alguna de su presencia en ese ámbito cerca de la hora del desenlace fatal.

Si queremos pensar que lo asesinaron, tendrìa que ser alguien muy cercano a Nisman para que no despierte sospechas, o un experto en cerraduras electrónicas tan sigiloso que logró sorprenderlo y a la vez tan convincente que logró que Nisman no se resistiera, ya que el cuerpo del fiscal no presenta ni un sólo golpe o rasguño., Los exámenes toxicológicos estarán listos en un para de semanas más, pero asumiendo que no lo drogaron, el intimo amigo sigiloso experto en cerraduras y convincente chamuyero también tendría que ser hipnotista para persuadirlo a Nisman a que se desnude y se meta en el baño y que le sostenga la puerta mientras él lo mata, borra las huellas digitales, pone la pistola en la mano del fiscal y su dedo índice en el gatillo, para que cuando el fiscal se desplome,  el cuerpo aparezca apoyado contra la puerta y obturando la entrada.

Dadas las circumstancias no puede sorprender que la fiscal siga como hipótesis principal que Nisman se suicidó.  Quienes nos hemos dedicado alguna vez a la perversión de investigar noche a noche muertes violentas, en mi caso como reportero de policiales del Washington Post entre 1991 y 1994, durante la epidemia de homicidios  más severa que jamás haya conocido la capital estadounidense, sabemos que nada es tan redondo y contundente como aparece en series tipo CSI o Criminal Minds. Pero también aprendemos, después de ver muchos muertos con ojos abiertos y sorprendidos, y de escuchar a muchos deudos negándose a aceptar lo sucedido, esa máxima de la crimínalistica que dice, con lógica irrefutable, que  los cadáveres hablan.

El miedo, entonces, va más allá de lo que le pasó a Nisman, Tiene que ver con lo que Nisman investigaba y con lo que acusó a Cristina Kirchner de encubrir. O sea, tiene que ver con los 85 argentinos muertos en la voladura de la AMIA y con el tomar conciencia, 20 años después, que no tenemos ni idea quiénes los mataron. Lo cual significa que quienes lo hicieron pueden hacerlo otra vez y si no lo hacen es porque no quieren y no porque generamos una respuesta con nuestras instituciones, con nuestra Justicia y con nuestro servicio de inteligencia que impide que vuelva a suceder.  Más allá de las eternas y nunca comprobadas teorías conspirativas, el 9-11 tiene sus culpables. Atocha los suyos, Londres los suyos y Charlie Hebdo también. Nosotros no.

El miedo, entonces, tiene que ver con el encubrimiento y con lo que seguimos encubriendo.

 Empieza con un acuerdo entre Argentina, Estados Unidos e Israel para culpar a Irán  desde el principio de la investigación,.  Con un coche bomba completamente desmentido por la evidencia forense, con una célula de Hezbolá que habría actuado en la Argentina con más sigilo que el asesino fantasma de Nisman, con apoyo logístico de no se sabe qué desde la estigmatizada Triple Frontera, con destrucción de cassettes con escuchas. Con el juez Galeano , con los fiscales Mullen y Barbaccia, con el ex jefe de la SIDE Anzorreguy, con el ex comisario a cargo de la Unidad Antiterrorista de la Policía Federal, "Fino" Palacios, y con el ex presidente Menem procesados por coimas, encubrimientos, fabricación y destrucción de pruebas y diversos prevaricatos y violaciones a los deberes de funcionario público diez años después.

Sigue con la decisión de Néstor Kirchner en el 2004 de poner a Nisman y al agente de inteligencia Stiusso a cargo de la investigación.y una política de estado de sostener contra viento y marea la hipótesis oficial. Ambos habían participado activamente en la ya por entonces escandalosa investigación de Galeano y compañía siguieron con las mismas pistas, las mismas fuentes y los mismos sospechosos que sus antecesores. Y el miedo tapó lo obvio. Nisman y Stiuso pensaban y decían que sus antiguos jefes habían acertado el camino pero no la forma de transitarlo. O sea, los encubridores no eran malos, sólo habían sido desprolijos. Nisman y Stiuso nunca iban a llagar a los autores del atentado por el camino lógico, que es averiguar a quiénes encubrían los encubridores y por qué, porque ya habían elegido mantener la historia de los encubridores, o sea el encubrimiento.

Y así llegamos a un caso que no debe tener muchos antecedentes en la historia: se acusa a los presuntos autores intelectuales sin saber quiénes son los autores materiales. Y se los acusa en base a testimonios de tercera mano de testigos dudosos e interesados, que estaban a miles de kilómetros de donde el atentado supuestamente se decidió.

Es importante señalar que en ese momento Estados Unidos se encontraba en plena campaña para sancionar a Irán por su programa nuclear, George W: Bush había colocado a ese país en el centro del Eje de Mal y en la lista de patrocinadores de terrorismo y buscaba su aislamiento internacional porque tanto su gobierno como israelí estaban convencidos que los iraníes estaban fabricando una bomba atómica. Israel amenazaba con invadir y se aprestaba a bombardear las centrales nucleares iraníes y declaraba al régimen de los ayatolas como su mayor enemigo en todo el mundo.

Los cables del Departamento de Estado estadounidense filtrados por Wikileaks desde y hacia embajadas estadounidenses en América Latina muestran un celo casi obsesivo de Estados Unidos con respecto a la presencia de Hezbolá y sobre todo de Irán en la región, inclusive durante los primeros años del gobierno de Barack Obama, cuando Washington ya había empezado abrir discretos canales de negociación con Teherán para combatir al Talibán en Afanistán y para negociar una salida a la guerra civil en Irak.  Pero más allá de lo que pasaba en Medio Oriente y Asia menor, en Latinoamércia Irán seguía siendo el principal enemigo, el reemplazo del oso soviético y el cuco cubano, al menos para el sector latino del Departamento de Estado, cuya burocracia había funcionado durante décadas con la preocupación casi excluyente del régimen castrista,  colonizada por viejos guerreros de la Guerra Fría como Roger Noriega y Otto Reich, que seguian la misma lógica con el nuevo cuco iraní: cuanto más cerca de ellos, más lejos de nosotros.  Así lo demuestra un cable de enero del 2009 firmado por Hillary Clinton y dirigido a 24 embajadas de latinoamérica y el caribe, más la unidad de inteligencia basada en La Habana que cito en mi libro Argenleaks:

Los analistas de Washington afirman que Teherán está extendiendo su mano a los países latinoamericanos para reducir su aislamiento diplomático e incrementar sus vínculos con gobiernos izquierdistas de la región, que, según la percepción de Teherán, comparten su agenda estadounidense. El presidente Mahmoud Ahmadinejad parece ser la fuerza impulsora detrás de esa política.

A continuación el cable pasa del análisis a un cuestionario sobre las actividades de Irán en cada país desde sus vinculos con Hezbolá y con los espías locales, hasta qué hacen los estudiantes "adoctrinados" en Irán cuando regresan a sus países americanos.

A su vez el gobierno argentino, a diferencia de sus amigos bolivarianos, mostraba un férreo alineamiento con Estados Unidos en el tema que más interesaba a Washington, el de la seguridad internacional post 9-11.  Un cable de diciembre del 2004 citado en el mismo libro muestra que dos meses antes los gobiernos de Kirchner y Bush habían firmado un acuerdo de cooperación entre las agencias antidroga de los dos países que  Washington "venía buscando desde hace más de diez años".O sea, desde la época de las relaciones carnales. O sea, ni Menem había dado tanto acceso y libertad de acción a los agentes estadounidenses como Néstor,

 Y a diferencia del Brasil de Lula, la Bolivia de Evo Morales, la Venezuela de Chávez, el Ecuador de Correa y la Nicaragua de Ortega, Néstor guardaba  una considerable distancia con respecto a Irán. Argentina votaba codo a codo con Washington en la agencia de energía atómica de Naciones Unidas (AIEA) cada vez que había que sancionar a Teherán.  Y fue Néstor quien denunció a Irán como estado terrorista en la asamblea de Naciones Unidas en septiembre del 2007 en un discurso que según los cables fue tan festejado en la embajada de Buenos Aires como en la fiscalía de Nisman. Para que no queden dudas en Octubre del 2006, en un cable citado en mi libro Politileaks el entonces ministro del Interior Aníbsl Fernández le dijo al embajador estadounidense que Néstor nunca negociaría con los iraníes, a los que no dudo en llamar "terroristas".

Fernández contó que tras asumir en el 2003 el presidente Kirchner dijo, en referencia a la AMIA, que no habrá pactos de impunidad. Fernández entonces citó a Ariel Sharon y dijo que no se puede negociar con los terroristas y que somos socios y hermanos en este tema.

Un detalle para nada menor sobre los cables de Wikileaks de América latina: casi no aparece la palabra Al Qaeda (el Estado Islámico surgió después de la filtración, que termina en febrero del 2010). Sin embargo, los autores de todos los grandes atentados de terrorismo islámico en Occidente, de Nueva York a París, de Madrid  a Londres, son yihadisitas sunitas de Al Qaeda y el Estado Islámico_los mismos que están en guerra desde hace siglos con los islamistas chiítas de Irán. Es más, amén de Argentina, casi no se conocen grandes atentados terroristas atribuidos a Irán y Hezbolá fuera de Medio Oriente. Por eso era tan importante adjudicarles los atentados de la AMIA  y de la embajada israelí de 1992, aún antes de que los iraníes fueran encontrados culpables en un juicio. Para mantener la imagen de esas entidades como patrocinadores del terrorismo y enemigos de Occidente, para poder aislar y castigar a Irán, objetivo prioritario en ese entonces de Estados Unidos e Israel.

Por eso, más allá del desplante del 2005 por el tema del ALCA en la cumbre de Mar del Plata, en lo que realmente le interesaba a Estados Unidos, Néstor era un soldado de la causa.

Después algunas cosas empezaron a cambiar. Las guerras en Medio Oriente hicieron que Estados Unidos descuidara el patio trasero y emergieran la Unasur, la Celac y la idea de un bloque sudamericano. La crisis del 2008 trajo a China como principal socio comercial de la región reemplazando a Estados Unidos y Europa. Los BRICS se fortalecieron, instalándose como polo altrernativo de poder. La elección del moderado Hasan Rohani en Irán en el abril del 2013 abrió el camino hacia una solución negociada para programa nuclear de Teherán.

En medio de todo eso, hace dos años Cristina firma un acuerdo con Irán para llevar el caso AMIA a una Comisión de la Verdad internacional. La movida la puso en sintonía con el liderazgo regional de Lula y los amigos bolivarianos de los K, pero sabiendas o no, marcó un quiebre con Washington, como si Cristina se hubiera mandado una suerte de avivada imperdonable. Con o sin negociación nuclear, para los latinoamericanistas del Depatamento de Estado Teherán seguía siendo un régimen negacionista, antisemita y violador sistemático de los derechos humanos, promotores del antiamericanismo más recalcitrante en el mundo. Sobre todo, seguían siendo los terroristas que habían volado la AMIA. Cristina dice que lo hizo porque la causa no iba a ningún lado y en eso hay que reconocerle que tenía razón. Sea como sea, terminada la colaboración entre Washington y Buenos Aires, entre Obama y los K, en el único tema bilateral que realmente le interesaba a los norteamericanos, Stiusso y Nisman quedaron colgando de un pincel.

Hasta ahí el escenario geopolítico que se desprende de los recortes de diarios y los cables de Wikileaks. Después está el  temita de la guerra de espías. Hace algo más de un mes Cristina desplazó a la cúpula de la Secretaria de Inteligencia, incluyendo Stiusso. Si sólo hubiera echado a Stiuso se podría decir que se lo estaba castigando por vender humo en la causa AMIA. Pero como echó a toda la cúpula hay que pensar en otras razones y esas razones son bastante obvias.

Es un secreto a voces desde los tiempos de la famosa servilleta de Corach que desde hace años la agencia estatal de espionaje se usa para sobornar y chantajear a jueces y fiscales para que actúan de acuerdo a los deseos del gobierno de turno. Al mismo tiempo que descabezaba la secretaría Cristina denunció una fuerte ofensiva judicial en contra de su entorno, como si se tratara de una conspiración.

La realidad indica que durante su paso por los más altos cargos de la función pública el matrimonio Kirchner  se ha enriquecido de manera grosera, teniendo como socio a nada menos que al principal contratista de obra pública del país, hoy imputado por lavado de dinero, mientras otros amigos, allegados, parientes y secretarios también han incrementado su patrimonio de manera asombrosa.

Demás está decir que un presidente o un alto funcionario, en tanto servidor público, no debería hacer ningún negocio mientras ejerce su mandato, ya que bastante tiene con el manejo del país y para eso le pagan un buen sueldo. Y mucho menos dedicarse a negocios opacos, plagados de conflictos de interés y extraordinariamente redituables como los que eligieron Néstor y Cristina a lo largo de la década K.

No queda bien, y además inspira denuncias judiciales. Ahí entra a tallar Stiusso, el chico malo terror de jueces y fiscales, o el amigo silencioso que dispensa los sobres de la cadena de la felicidad. Mientras los Kirchner se mostraron poderosos, las causas ser cerraban o dormían el sueño de los justos con asombrosa regularidad. Al parecer, el superespía promovido por Néstor venía atajando todos los penales judiciales que le pateaban a los K. Más que preguntarse por qué las causas avanzan ahora que Cristina está débil porque llega al final de su mandato, quizás deberíamos preguntarnos por qué las denuncias no avanzaron mucho antes. Y Stiusso sería al menos una buena parte de la respuesta. "Yo le fui leal a todos los presidentes que me tocaron," se ufanó hace muy poco ante la revista Noticias, Pero tampoco puede hacer milagros.

Habrá perdido motivación después de que Cristina lo dejara pagando con sus contactos estadounidenses e israelíes en la investigación-encubrimiento del atentado, puede ser. Pero tanto en su misión de embarrar la causa AMIA como en su otra tarea, la de embarrar a jueces y fiscales, a políticos y periodistas, esa función que tan bien ilustrara Gustavo Béliz en su recordada despedida, no tenemos por qué´no creerle a Stiusso que hizo lo que pudo y que fue leal hasta el fin, o al menos hasta que lo echaron.

El miedo, entonces, con Stiusso suelto, con Nisman muerto y con Cristina presidenta, es por lo que se viene por no saber lo que nos pasó. 16 comentarios: