viernes, 9 de marzo de 2018

Reflexiones sobre la marcha

Opinión
La Larga Marcha
Los que vemos con extremo recelo lo que a veces suelen denominarse “logros de la globalización”, con su universalización compulsiva de imágenes, consumos y elecciones políticas, comprobamos en las grandes movilizaciones del Día de la Mujer lo que se anuncia como una gran respuesta, un canon fundado, raigal y novedoso de resistencia a los poderes más lúgubres de este estadio histórico de la humanidad. Luego de estas masivas demostraciones, no será posible pensar la política en su acepción más transformadora, sin que se revisen los conceptos sobre lo humano, la vibración recobrada de los discursos públicos y la crítica lúcida sobre toda elaboración de un poder, de todo poder.
El movimiento feminista tiene mil rostros, tanto históricos como contemporáneos. Toca, en sus extensiones más largas, el modo en que los sistemas de producción más crueles tratan el trabajo femenino; el modo en que se viven las vidas domésticas con sus micro situaciones donde el hábito no cuestionado humilla; el modo en que la lengua ha trabajado milenariamente sobre problemas que ya daba por decididos en su neutralidad, y sin embargo involucraban desigualdades invisibles. Nada de esto contiene facilidades a la vista, pero el debate ya está en todos lados.
El rasgo común de la igualdad laboral tiene una calidad específica para ser elaborada; la despenalización del aborto, otra; el femicidio, otra; el acoso, otra; los estilos de la lengua que cristalizan formas de poder, otra; el enjuiciamiento de las fórmulas encriptadas que convierten el viejo arte de la seducción en indignos mazacotes de la lengua, otra. El movimiento feminista se presenta pues como un hilo fortísimo y alargado que une las cuentas de los derechos de las mujeres –que se hallan en diversos grados evolutivos en cada región del mundo–, y llega hasta la revisión de las lógicas sexuales que acompañaron el complejísimo ciclo del mundo moderno, desde el matrimonio burgués puritano hasta la familia ampliada –como entre los antiguos romanos–, pero con exclusión del patriarcalismo.
Justamente este concepto, el de la crítica a la vida patriarcal, es un núcleo esencial del movimiento. Lo que implica una apuesta cultural de extensísimo aliento, pues se encuentra en la altísima escala de una discusión sobre las estructuras más perdurables de la civilización. Cuando Foucault percibió que su gran concepto de disciplinamiento o micro política en algún momento debió ponerlo a jugar en relación a la historia del capitalismo, no parece que esté ocurriendo de otra manera en el movimiento feminista argentino. Nadie dice que será fácil, pero el magnífico evento que nos toca ver es la fusión de este movimiento pluri-asambleario con los movimientos sociales del país, lo que exige que ninguno pierda la singularidad de sus demandas.
El documento que se leyó en el Plaza del Congreso fue sapiente y tuvo en cuenta todos los descubrimiento ya tradicionales del feminismo en cuanto a su lógica de derechos laborales –así como sus inicios fueron en torno a los derechos cívicos–, pero además, como situación de incalculables alcances, la ampliación de derechos a personas que eligieron renovar sustancialmente el derecho –llamando dramáticamente la atención pública– sobre nuevas opciones sexuales. Los acontecimientos vinculados a la Marcha mundial de altísima calidad en cuanto a imaginación política, tendrán nuevos ámbitos para demostrar su creatividad, que en estos nuevos tiempos se concentró en la Argentina en la consigna “ni una menos”. Es decir, señalar un tema notable con una frase inusual, que indica la tragedia de una falta. Allí hay un nudo; una trabazón de sangre que el movimiento femenino toma a su cargo como un fuerte alerta para todos los movimientos políticos, todas las organizaciones sociales y todas las religiones.
Por otro lado, esta enorme fuerza social tiene deberes adquiridos en relación paralela a su importancia política. Reformular precisamente la idea de poder, ya no dicha como una receta acumulativa incapaz de revisar sus raíces sociales, y encarar las necesarias leyes de despenalización de la interrupción voluntaria de una gestación, esto con todas las dimensiones éticas que quedan implicadas. Se propone con ello un tema fundamental de defensa de la vida. Se enfrentan entonces las feministas con una decisión cuyo sustento no puede abandonar el terreno ético, por el mimo motivo que se defiende un tópico de gran hondura, enraizado en intensas argumentaciones sociales.
No parece necesario evitar el debate teológico y religioso, pues la interpretación de la vida tiene que excluir esquematismos de pobre resolución del tema. El asunto fundamental del feminismo, el aborto legalizado y gratuito en función de la vida, que no es secreto para nadie que siempre estuvo en su corazón, tiene también envergadura necesaria para discutir esta honda cuestión con todas las creencias que han fundado las religiones mundiales. No deberá ser difícil encarar con delicadeza, conocimiento y profundidad la cuestión de la natalidad, el sexo y la familia con las Iglesias de todo tipo, pensándolas como entidades históricas, lo que tampoco impide verlas razonablemente con otros ritmos en cuanto a la aceptación de los diversos tiempos históricos.
Solo queda agregar el inoportuno oportunismo –si se acepta el trocadillo–, con el cual, el gobierno encaró la marcha. El feminismo, es cierto, atraviesa todos los credos políticos. Pero no es un aerostato que flota en multitudinaria soledad por el aire. Pero así lo cree el gobierno y lo cree la televisión corporativa, que cortaba la transmisión cuando se escuchaban cantitos contra Macri, diciendo “queremos escuchar casos concretos, no utilización política”.
La marcha está animada por sus consignas específicas. Sin ellas, no sería una marcha feminista con su rebosante singularidad, aunque las identidades políticas de las mujeres hayan estado presentes, como no podía ser de otra manera. Pero por eso mismo, sus “casos concretos” ya no pueden ser solamente materia prima de la televisión oficial, que disuelve así el vigor de lo común, sino que lo colectivo ya forjado, contiene de por sí todas las reivindicaciones en abanico, ramificadas y vueltas a agrupar de modo incesante. En medio del baile, el jolgorio y la preocupación colectiva, todo esto lo hemos visto en la larga marcha. Por su propia gravitación, su politicidad no puede ser sino adversa a los lastimosos ejercicios del gobierno para neutralizarla.
* Sociólogo.

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