Auschwitz impone al mundo no olvidar el
horror
El 27 de enero de 1945 tropas
soviéticas entraban al campo de concentración, donde aún permanecían unos 500
sobrevivientes. Historiadores aseguran que las nuevas generaciones desconocen
lo que ocurrió allí.
Fte.: Diario El Día La Plata Bs.As. Argentina (27.1.2020)
SE CALCULA QUE EN
AUSCHWITZ FUERON ASESINADAS CERCA DE 1.100.000 PERSONAS, EN SU MAYORÍA JUDÍOS,
PERO TAMBIÉN PRISIONEROS SOVIÉTICOS, HOMOSEXUALES Y GITANOS / AP
“Había tal hedor que era imposible
estar ahí por más de cinco minutos. Mis soldados no lo podían soportar y me
rogaban para que los dejara ir. Pero teníamos una misión que cumplir”, contó
Anatoly Shapiro, el primer oficial del ejército soviético que entró al campo de
concentración de Auschwitz-Birkenau tras la derrota alemana en la Segunda
Guerra Mundial. Fue la mañana el 27 de enero de 1945, una fecha de la que hoy
se cumplen 75 años y que impone nuevamente al mundo la obligación moral de no
olvidar ese horror.
Aunque no fue el único campo de concentración creado por el régimen
nazi, el de Auschwitz fue el de mayor tamaño y el más brutal. Según
estadísticas del Museo del Holocausto, 1.100.000 personas fueron asesinadas en
él desde que comenzara a funcionar en 1940 hasta la mañana de su liberación. Si
bien la mayoría de esas víctimas fueron judías, también murieron en él polacos,
prisioneros de guerra soviéticos, homosexuales, gitanos y testigos de Jehová.
“No teníamos la menor idea de la existencia de ese campo. Mi comandante
no nos había dicho nada sobre este asunto”, contó Shapiro, quien en ese momento
tenía 32 años y junto a sus hombres dio con unos 500 sobrevivientes en un
estado desolador. “Vimos algunas personas vestidas con harapos. No parecían
seres humanos, lucían terrible, eran puro hueso. Les dijimos que éramos del
ejército soviético y que quedaban libres del dominio alemán pero no
reaccionaron, no podían ni mover la cabeza o decir una palabra”.
Cuando las tropas soviéticas se internaron en las barracas vieron
decenas de “mujeres que yacían sin vida sobre el suelo, desnudas, porque la
ropa se la habían robado. Había mucha sangre y excrementos humanos alrededor”.
“En el último cuartel sólo habían dos niños que habían logrado sobrevivir y
cuando nos vieron comenzaron a gritar: ‘¡No somos judíos!, ¡no somos judíos!’.
Estaban asustados porque pensaron que los íbamos a llevar a la cámara de gas”,
contó el oficial.
“LA SOLUCIÓN FINAL”
A unos 43 kilómetros al oeste de Cracovia, en una localidad polaca que
los nazis re nombraron como Auschwitz durante su ocupación, el campo de
exterminio homónimo se levantó sobre unas barracas de ladrillo que habían
pertenecido al ejército polaco, y al que luego se les fueron sumando otras
instalaciones: complejos fabriles, granjas, crematorios, cámaras de gas
masivas...
Destinado a someter al trabajo esclavo y asesinar a los prisioneros que
llegaban a el, Auschwitz fue creciendo hasta llegar a tener más de cuarenta sub
campos a su alrededor. Para llevar a cabo su plan de exterminio el régimen nazi
se valió del tendido ferroviario existente, a través del cual trasladaba hasta
el campo de concentración a niños, mujeres y hombres apresados por
“indeseables” en distintas regiones del territorio europeo bajo su ocupación.
En esos trenes de la muerte los prisioneros eran encerrados en vagones
donde se los sometía al hacinamiento, el hambre, el frío durante el viaje, que
solía durar varios días. Aunque se les decía que iban a trabajar, su destino
era ser asesinados apenas arribaban.
Según estimaciones del Centro Mundial de Conmemoración de la Shoá de
Jerusalén, Yad Vashem, en ese campo fueron asesinados más de un millón de
judíos, 70.000 polacos, 25.000 gitanos, 15.000 prisioneros de guerra
soviéticos. Además hubo otros grupos perseguidos, como homosexuales, testigos
de Jehová y personas con discapacidad.
Bajo la supervisión del jefe de la Gestapo, Heinrich Himmler, Auschwitz
fue inaugurado el 20 de mayo de 1940, y estuvo dirigido al principio por el
oficial de las SS, Rudolf Hoss, quien fue capturado y juzgado en los juicios de
Nuremberg en los que se lo condenó a muerte. La pena se cumplió delante del
crematorio del mismo campo de concentración, donde murió ahorcado en 1947. Su
reemplazante Arthur Liebehenschel fue también juzgado por un tribunal polaco y
ejecutado en 1948.
Richard Baer, el último nazi que dirigió Auschwitz, vivió bajo una falsa
identidad en Hamburgo, hasta que fue reconocido y arrestado. Se suicidó en
prisión antes de que se iniciara su proceso en 1963. Se estima que cerca de
6.500 miembros de las SS trabajaron en Auschwitz, en pequeñas o en grandes
tareas, para cumplir con la denominada “solución final” de exterminio a los
judíos, diseñada entre otros por Adolf Eichmann.
Setenta y cinco años después de aquella tragedia, muchos historiadores
se siguen preguntando por qué las fuerzas aliadas -entre ellos el primer
ministro británico, William Churchill-, no ordenaron el bombardeo de las líneas
ferroviarias en Polonia, que conducían al mayor campo de concentración.
APRENDER DEL PASADO
Hace poco más de un mes, la jefa del gobierno alemán, Angela Merkel,
visitó por primera vez Auschwitz en sus 14 años de mandato, acompañada por el
primer ministro polaco, y se manifestó “profundamente avergonzada por los
atroces crímenes que cometieron los alemanes”.
“Nunca debemos olvidar, y tampoco relativizar (...). Lo que ocurrió aquí
no se puede entender con sentido común”, afirmó tras visitar un barracón donde
había latas vacías del venenoso Zyklon B, utilizado por los nazis en las
cámaras de gas.
Pero “el Holocausto fue mucho más que Auschwitz: fueron seis campos de
exterminio y cientos de trabajo forzado, fue el intento de borrar una cultura,
un idioma, una nación, fue la destrucción de sinagogas y la quema de libros”,
explica Dina Porat, historiadora del Centro para la Memoria del Holocausto en
Jerusalén.
Porat, que dirige el Centro Kantor para el Estudio del Judaísmo en
Europa, aprovecha la fecha para alertar del creciente antisemitismo en el mundo
y señala entre sus causas lo que denomina una “crisis de las democracias” y el
fortalecimiento de la derecha en Europa que dice “tiene capas de antisemitismo
tradicional”.
Algo que la preocupa especialmente es un proceso que llama “fatiga del
Holocausto” y que identifica en jóvenes pertenecientes a la tercera generación
posterior a la guerra, que cuestionan la historia del Holocausto como parte de
un proceso de fortalecimiento de sus identidades nacionales, alejadas de
sentimientos de culpa y responsabilidad.
“Además, esta tercera generación evidencia una ignorancia notable sobre
la Segunda Guerra Mundial”, advierte la historiadora, quien lo vincula al
desvanecimiento del sentimiento de obligación de Europa para con los judíos que
permite la aparición de sentimientos antisemitas.
“Hay mucho más odio en el mundo de hoy”, apunta Porat al señalar que “el
Holocausto debe ser un punto de partida para educar a los más jóvenes sobre la
aceptación del otro y la igualdad”.
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