Manifiesto del Área Latinoamericana de Estudios sobre Riesgos Psicosociales en el Trabajo.
I. Introducción.
En un contexto de profundas transformaciones en el mundo del trabajo, el presente manifiesto surge como un llamado a la reflexión y a la acción desde una perspectiva crítica y colectiva. El mismo propone un análisis situado y estructural que permita comprender y transformar las condiciones de trabajo en favor de la salud y el bienestar de quienes trabajan, teniendo en cuenta las especificidades políticas, económicas, sociales, históricas y culturales de América Latina. Este manifiesto emerge de la reflexión, discusión y experiencia profesional de un grupo de académicos/as e investigadores/as de diversas universidades de la región que a fines del año 2023 se constituyen de manera autónoma y colaborativa como Área Latinoamericana de estudios sobre riesgos psicosociales en el trabajo. El área conformada por más de 80 investigadores/as de 11 países latinoamericanos (Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Ecuador, Guatemala, México, Paraguay, Perú, Uruguay y Venezuela), tiene como objetivo generar conocimientos sobre el cuidado de la salud de personas trabajadoras de nuestros países. Su estructura organizativa permite la colaboración internacional, favoreciendo el análisis comparado de los riesgos psicosociales en el trabajo. En reconocimiento de la complejidad y dinamismo del trabajo humano este grupo adopta una composición diversa y multidisciplinaria convencido de la necesidad de contar con una perspectiva integral de este campo de problemas. En este sentido, resulta clave articular las perspectivas sectoriales específicas con estudios provenientes de las Ciencias Sociales y Jurídicas del trabajo, la Sociología y la Economía del trabajo, la Psicología de las Organizaciones y el Trabajo, así como de la Ergonomía de la actividad, las Clínicas del trabajo, la Medicina del trabajo y la Epidemiología, entre otras, con el fin de integrar las múltiples dimensiones de esta actividad. La promoción de la salud de quienes trabajan no es una dádiva y no se puede lograr sin su concurso. Para ello es necesario avanzar en los procesos de reconfiguración de las organizaciones, reconociendo el derecho de todos sus miembros a contar con un margen de autonomía, negociación y acuerdo sobre el proceso de trabajo y disponer con tiempo y espacio institucionalizados para la reflexión y la deliberación colectiva. Contextualización: cambios en el trabajo y el proceso salud-enfermedad. Desde mediados del siglo pasado los cambios en el modelo de desarrollo productivo caracterizados por la mundialización, la financiarización, la reprimarización, la introducción de nuevas tecnologías, la expansión del sector servicios y el trabajo coordinado desde plataformas de inteligencia artificial, exacerban ritmos de producción, de capacidad de innovación y de creación de nuevos entornos de consumo. En este proceso la llamada cuarta revolución industrial ha traído consigo transformaciones significativas que hacen más complejas las condiciones de salud y el bienestar en el trabajo. La digitalización y la automatización muchas veces bajo la apariencia de mayor flexibilidad, han introducido formas de control que intensifican la preeminencia de la maquina sobre lo humano. A la vez que diluye la separación entre la vida productiva y la intimidad, incrementa la fragmentación e inestabilidad de la población trabajadora, dispersando los puestos de trabajo y por tanto debilitando la creación y acción sindical. Estas transformaciones han reconfigurado la relación entre empleadores y trabajadores/as, trasladando en muchos casos la responsabilidad por la gestión del riesgo hacia los individuos y debilitando los mecanismos de regulación colectiva del trabajo. En este contexto, la presión por la productividad y la calidad, la vigilancia constante, la falta de autonomía y de control sobre la toma de decisiones han contribuido al deterioro sostenido de la salud de quienes trabajan. Manifiesto del Área Latinoamericana de estudios comparados sobre riesgos psicosociales en el trabajo Con frecuencia se constata una contradicción entre las demandas y exigencias empresariales según sea el modelo de gestión adoptado para maximizar la productividad y la rentabilidad- y la transferencia de costos y responsabilidades hacia los trabajadore/as. Esta situación reduce sus márgenes de maniobra (para hacer un trabajo de calidad y limita las posibilidades de apropiación subjetiva de la tarea prescripta) dando lugar a entornos de presión y de exigencia que, con frecuencia, rebasan los límites de atención y de estrés a lo que se añaden otras condiciones de desequilibrio de la relación productiva. Así, aun cuando en algunos sectores se han registrado algunas mejoras visibles en las condiciones de higiene y seguridad, fundamentalmente debido a que los Estados han reconocido las demandas de los representantes de los trabajadore/as y han adoptado normas sobre salud y seguridad siguiendo los Convenios Internacionales de la OIT como el Nro.155 y el Nro.187, se han incrementado la intensidad, la precarización y los riesgos psicosociales en el trabajo, trasladando sus efectos a los cuerpos y subjetividades de quienes trabajan. La ratificación de dichos convenios, tanto internacionales como nacionales, que promueven entornos laborales seguros y saludables representa un punto de partida, aunque hay que ir más allá.
En este sentido, resulta fundamental avanzar en el desarrollo y aplicación de políticas, regulaciones y prácticas concretas que desde la experiencia situada del trabajo real garanticen condiciones laborales dignas, equitativas y saludables. En este sentido, la investigación sobre riesgos psicosociales ha revelado la emergencia de problemas de salud psicológica de quienes trabajan como el estrés, el burnout, la ansiedad, la depresión, las adicciones, el suicidio, así como manifestaciones de alto riesgo como son el hostigamiento y el acoso sexual, la violencia material y simbólica, todas ellas relacionadas con los nuevos entornos en pleno rediseño de la organización del trabajo. Estas transformaciones en el mundo del trabajo no solo han dado lugar a nuevos riesgos, enfermedades y sintomatologías, sino que también han ido configurando nuevas subjetividades, relaciones laborales y condiciones de vida con profundas consecuencias para la salud y el bienestar de quienes trabajan. Frente a este escenario, resulta imprescindible ampliar el paradigma desde el que se concibe, gestiona, evalúa e interviene sobre la salud y seguridad en el trabajo. Al día de hoy persiste la reproducción de enfoques tradicionales centrados en la Higiene y la Seguridad en los que predomina la elaboración de “matrices de riesgo” orientadas a cuantificar los factores psicosociales con el objetivo de establecer relaciones unívocas entre los riesgos y sus efectos sobre la salud. Dicha perspectiva desatiende la complejidad, la historicidad y la dimensión colectiva. Estos enfoques de lógica explicativa tienden a establecer relaciones causales de carácter lineal y simplificadas respecto a los accidentes del trabajo y sus consecuencias, interpretadas desde una perspectiva mercantilista y administrativa procurando establecer el costo del tratamiento o de la compensación económica. Esta visión obvia el impacto de los riesgos psicosociales sobre los accidentes laborales, así como también la inevitable dimensión subjetiva presente en toda experiencia de daño y sufrimiento en el trabajo. A esto se añade un desconocimiento de las dimensiones afectivo-emocionales y cognitivas comprometidas de manera constante en los entornos laborales contemporáneos. Por ello, se vuelve urgente incorporar metodologías cualitativas, que permitan captar la complejidad de las experiencias laborales, con la participación de quienes ejecutan el trabajo. Ello requiere articular diversos enfoques que intervienen en el análisis, diagnóstico e intervención sobre las condiciones y dinámicas que configuran los espacios productivos Importancia del debate en torno a las RPST. La asumida separación entre lo físico, lo psíquico y mental frecuente en las clasificaciones oficiales no responde a la forma en que los accidentes y enfermedades se viven y se producen. En la práctica, todo daño físico tiene un correlato subjetivo, así como muchas afecciones psicológicas se manifiestan en el cuerpo. Más que dimensiones escindidas son aspectos intrínsecamente vinculados cuya diferenciación responde a una lógica funcional o administrativa más que a una comprensión integral del trabajo y la salud.
Finalmente cuerpo, psiquis y mente son dimensiones interdependientes en la experiencia del trabajo Los riesgos psicosociales en el trabajo (RPST) emergen en la interrelación entre las relaciones de producción, las condiciones laborales, la organización del trabajo, el contenido y significación del trabajo, así como las condiciones individuales y sociales de quienes trabajan. Desde mediados del siglo pasado, tanto la Organización Internacional del Trabajo (OIT) como la Organización Mundial de la Salud (OMS) han reconocido la complejidad de estos factores y su incidencia directa en la salud y el bienestar de los trabajadores/as. La OIT definió los factores de riesgo psicosocial (que pueden provocar daños) como “las interacciones entre el medio ambiente de trabajo, el contenido del trabajo, las condiciones de organización y las capacidades, las necesidades y la cultura del trabajador/a, las consideraciones personales externas al trabajo que pueden – en función de las percepciones y la experiencia – tener influencia en la salud, el rendimiento en el trabajo y la satisfacción laboral”. En este marco, los RPST son concebidos como resultado de la lógica de producción y acumulación del capital, que define el contenido y la organización del proceso de trabajo que, en la experiencia laboral cotidiana, configuran entornos de trabajo capaces de generar tanto bienestar como sufrimiento. Cabe señalar que las nuevas tecnologías, están lejos de ser neutras y poseen un potencial ambivalente: si bien pueden ser instrumentalizadas para intensificar la fatiga, los procesos de control y explotación, también podrían orientarse -bajo determinadas condiciones- a mejorar la calidad del trabajo y a contribuir con el bienestar de quienes lo realizan. La perspectiva ética y política del Área se apoya en un análisis socio-estructural de las condiciones laborales, entendiendo el trabajo como un espacio de tensión permanente de poder entre capital y trabajo. Nuestro objetivo es visibilizar cómo los riesgos psicosociales no son meras consecuencias individuales de adaptación o de malestar, sino que tienen dimensiones colectivas, que responden a modelos productivos basados en la intensificación, la explotación, la precarización, la expropiación y la exclusión de amplios sectores de trabajadore/as. Nos comprometemos a desarrollar un análisis comprehensivo históricamente situado e interseccional, considerando las imbricaciones de sexo, género, etnia, edad y condición migrante en la exposición a estos riesgos, y a problematizar las nociones hegemónicas de empleo y de gestión de la fuerza de trabajo que perpetúan estas desigualdades. Compromisos y definiciones del Área en relación al trabajo.
Como área de estudios latinoamericanos sobre factores psicosociales del trabajo en América Latina que aborda la salud, la seguridad laboral y los riesgos asociados, nos comprometemos a desarrollar la investigación, la enseñanza y la intervención en campo, poniendo en el centro la salud, el bienestar, la dignidad y la justicia de quienes trabajan, aportando una perspectiva crítica sobre los efectos que tiene la organización del trabajo sobre la vida de las personas, procurando su transformación. En este sentido, nos parece relevante dejar explícita la perspectiva conceptual en temas de relevancia para los cometidos del área. El trabajo trasciende la categoría económica de empleo y ocupa un lugar central en la sociedad, no solo porque produce bienes y servicios generando valor, sino porque es un espacio donde se configuran relaciones sociales, identidades y estructuras de poder. No es una actividad neutra ni inherentemente positiva: puede ser un medio de desarrollo y aprendizaje, pero también convertirse en un espacio de explotación, alienación y reproducción de desigualdades. Si bien el trabajo es una actividad colectiva que implica interacciones con otros, estas relaciones pueden darse en términos de solidaridad y cooperación pero también bajo dinámicas de competencia, subordinación y conflicto según sea el modelo de desarrollo y la lógica organizacional en el que se desplieguen las relaciones de trabajo 3 Sesión del Área.
La salud humana integra aspectos biológicos, cognitivos, afectivo-emocionales y sociales en un estado dinámico de bienestar, que trasciende la mera capacidad de adaptación o la satisfacción en términos de productividad. No se reduce a la ausencia de enfermedad, ni constituye un estado estático u homogéneo sino que es interdependiente del contexto. Al estar vinculada al entorno, varía según las condiciones de vida y dinámicas sociales. Elementos como el acceso a los servicios de la salud, la protección de los derechos laborales y de la seguridad social, el ambiente, las redes de apoyo y las oportunidades económicas influyen en su estado. El enfoque de la salud de quienes trabajan no ha de reducirse al plano mental ni a la capacidad individual de resistencia y adaptación, ya que esta perspectiva tiende a naturalizar y psicologizar el problema, desplazando la atención de sus condiciones estructurales. Por el contrario, la salud de quienes trabajan está profundamente ligada a las condiciones organizativas y estructurales en las que se desarrolla la actividad laboral. Las condiciones, la organización del trabajo y la dinámica en las relaciones laborales son clave en la vivencia de sufrimiento y de bienestar relativos al trabajo. Las relaciones de trabajo se despliegan en un contexto determinado o condicionado por los modelos preponderantes de organización del trabajo y en este sentido, la salud no es solo una cuestión individual sino un fenómeno colectivo que involucra de manera superlativa dinámicas estructurales, sociales y políticas. La capacidad de resistencia y de adaptación o la satisfacción en función de la productividad de quienes trabajan no puede ser la única respuesta ante los riesgos psicosociales. Es fundamental la adopción de políticas públicas de prevención de estos riesgos que establezcan responsabilidades, obligaciones y límites a la facultad empresarial, así como el fortalecimiento de la acción colectiva a través de organizaciones de trabajadore/as en los ámbitos de negociación. Quienes trabajan deben contar con participación y poder de decisión en sus espacios de trabajo, con el objetivo de transformar los procesos productivos, mejorar las condiciones y medio ambiente de trabajo así como construir un entorno de trabajo que proteja la salud y el bien común. El Estado o los gobiernos de los países del continente deben asumir una responsabilidad mucho más comprometida sobre los riesgos psicosociales en términos de la protección de la salud de las diversas poblaciones trabajadoras. Los factores de riesgo psicosocial están asociados tanto a las condiciones laborales y su organización como a los efectos que éstas generan en términos de la integridad psíquica y física del ser humano. Entre estos factores se incluyen los riesgos del medio ambiente de trabajo, la duración, intensidad y configuración del tiempo de trabajo y la flexibilidad, los sistemas gerenciales, las exigencias emocionales, el grado y tipo de autonomía, las relaciones sociales y laborales, los conflictos éticos y de valores, así como la precariedad, el nivel de seguridad y estabilidad en el empleo. También existen otras patologías asociadas a los riesgos psicosociales, como son por ejemplo, el estrés crónico - que constituye un factor de riesgo para desencadenar enfermedades cardiovasculares (ACV e infartos de miocardio), enfermedades metabólicas como la diabetes, trastornos osteomusculares, alteraciones del sueño y otros cambios en el comportamiento-, las alteraciones del estado de ánimo como la depresión y los trastornos de ansiedad. Además, los factores de riesgo psicosocial pueden actuar como condicionantes de lesiones físicas y accidentes en el trabajo. Los modelos productivos y nuevas tecnologías. Los RPST emergen de las formas en que se estructuran, organizan y controlan los procesos de trabajo, esencialmente la división social y técnica del trabajo. Estas configuraciones instauradas por el taylorismo y el fordismo y sus diversas modalidades actuales impulsadas por el sistema productivo de Toyota -lean production y lean management- han estado orientadas a maximizar la eficiencia, hacer economías de tiempos y reducir costos, subordinando la experiencia de trabajo a criterios de rentabilidad. La producción postfordista, los sistemas productivos que incorporan nuevas tecnologías como son: la robótica, la inteligencia artificial (IA), el aprendizaje automático, los exoesqueletos, los vehículos aéreos no tripulados (UAV), la internet de las cosas (IoT), la realidad virtual y aumentada, constituyen las condiciones de emergencias de nuevas formas de factores de riesgos psicosociales que requieren ser analizadas desde la perspectiva de la seguridad y salud en el trabajo.
Las actuales corrientes tecnológicas están concebidas fundamentalmente para generar una mayor rentabilidad a través de procesos en automatización creciente y con una tendencia a reemplazar mano de obra humana en esos puestos de trabajo. El entorno de organización del trabajo se perfila dentro de visiones de automatización total, que tal vez sea la meta para los próximos decenios, con todas las implicaciones que ello supone. Durante la pandemia se aceleró un nuevo modelo de acumulación del capital basado en el trabajo inmaterial, el uso intensivo de las nuevas tecnologías, las redes sociales, la virtualización del trabajo y su realización a través de las plataformas tanto en el sector financiero como el de servicios y de producción, lo cual pone en el centro el desgaste de la salud cognitiva y afectiva-emocional de los trabajadore/as. Los factores de riesgo psicosocial producto de esta modalidad configuran el perfil patológico dominante en esta etapa histórica.
A partir de lo establecido anteriormente, es que consideramos relevante poner de manifiesto algunos puntos en común que hacen al modo en que nos aproximamos como académicos/as e investigadores/as en el campo de los estudios del trabajo latinoamericanos:
1. La problemática de la noción de empleo hegemónica y las transformaciones del mundo del trabajo.
La noción tradicional de “empleo”, entendida como un contrato de trabajo estable, de tiempo completo y con garantías de seguridad social, responde a un modelo productivo históricamente limitado, que nunca ha reflejado plenamente la realidad de amplios sectores de la población en América Latina. Lejos de representar una anomalía o una etapa transitoria, el sector llamado informal, el trabajo no registrado ante los organismos de seguridad social, el trabajo autónomo y la desprotección laboral responden a una configuración estructural del trabajo en los cuales se reduce el papel del Estado en la regulación de las relaciones laborales y seguridad social y predomina la precariedad. Es fundamental superar la concepción que equipara trabajo exclusivamente con empleo formal y reconocer la diversidad de formas laborales existentes, evitando tanto la normalización de la precarización como la invisibilización de diversas actividades que aunque constituyen trabajo humano, no siempre son reconocidas como tales. En este contexto, el desafío no radica solo en regular nuevas configuraciones de trabajo, sino garantizar derechos y protecciones para todas las personas trabajadoras independientemente del vínculo contractual. La centralidad del trabajo en la vida social exige un replanteo integral de su regulación y vigilancia, así como la formulación de marcos normativos que aseguren estabilidad, una compensación monetaria adecuada, así como buenas condiciones de salud y bienestar. Esto resulta aún más urgente en un mundo donde las fronteras entre lo formal e informal, lo subordinado y lo autónomo, se vuelven cada vez más difusas. A su vez, los llamados “empleos formales” con estabilidad y seguridad social hoy representan una proporción decreciente de la población económicamente activa. En su lugar, se ha expandido un modelo en el que predominan nuevos modos de trabajo considerado falsamente “autónomo”, micro emprendimientos, la contratación por proyecto, la figura del monotributo, el empleo en plataformas digitales y la externalización de tareas bajo regímenes comerciales de subcontratación (empresa empresa) en lugar de instaurar una relación salarial. Estos cambios han permitido que los empleadores y los Estados disminuyan el presupuesto y trasladen el costo de la seguridad social y la protección laboral hacia los propios trabajadore/as, debilitando los mecanismos de negociación colectiva y reduciendo su capacidad de incidencia sobre sus condiciones de trabajo. Esto afecta la capacidad del Estado para recaudar las contribuciones sociales sobre las diversas formas de trabajo informal. La falta de acceso a prestaciones como licencias por enfermedad, protección frente a accidentes de trabajo, enfermedades profesionales y a jubilaciones dignas, se traducen en una precariedad estructural que no solo afecta la vida de quienes trabajan y sus familias sino también su capacidad para organizarse o fortalecer las organizaciones sindicales y demandar mejores condiciones y progresos en la legislación.
2. El análisis de los factores psicosociales asociados al trabajo requiere comprender su carácter político, histórico y situado.
Abogamos por un concepto de trabajo políticamente consciente de la diversidad de los grupos sociales y ocupacionales que van configurando distintas experiencias y condiciones en el mundo del trabajo. No hay un riesgo laboral en abstracto ni una única manera de experimentarlo. Las condiciones laborales no afectan a todas las personas de manera homogénea. Mujeres, migrantes, personas racializadas, de mayor edad y otros grupos históricamente vulnerabilizados enfrentan desigualdades que profundizan su subordinación y limitan su capacidad de exigir derechos. El empleo capitalista ya supone una relación de subordinación jurídica y económica de carácter estructural, pero cuando se intersecta con otras desigualdades, esta subordinación se profundiza, reduciendo aún más la capacidad de ciertos grupos para exigir el respeto de derechos y negociar condiciones dignas de salud y trabajo. Por otra parte, los marcos de protección laboral y seguridad social varían entre países y regiones, determinando distintos grados de seguridad pero también de vulnerabilidad. La evaluación de las condiciones laborales no puede basarse en un único criterio ni depender solo de una de las partes en la relación de poder. La contratación de especialistas que desconocen la realidad concreta de las tareas y cuya acción dependa de los objetivos de quien los emplea, puede generar enfoques parciales, sesgados y alejados de la experiencia real de quienes trabajan. Por ello, es esencial reconocer el papel de los trabajadores/as que han adquirido calificaciones y experiencia gracias a su actividad, e incorporar sus saberes, percepciones y vivencias en la identificación, diagnóstico y transformación de los riesgos laborales. La evaluación técnica o gerencialista por si sola sin la participación de las propias personas que ejecutan el trabajo en ámbitos bipartitos (Comités Mixtos) resulta insuficiente y, en muchos casos, contribuye a la deshumanización del trabajo. Solo un enfoque de evaluación integral, que articule el conocimiento técnico con el conocimiento situado y la experiencia de los trabajadore/as, permitirá una comprensión más amplia y contextualizada de los riesgos psicosociales. Solo mediante este enfoque es posible promover transformaciones que no se limiten a mitigar los efectos del sufrimiento en el trabajo, sino que actúen sobre sus causas estructurales, creando condiciones de trabajo que prioricen el bienestar y la dignidad de quienes las sostienen.
3. La necesidad de control del trabajador/a sobre el proceso de trabajo es la condición que habilita a tener margen de autonomía.
La creciente fragmentación y despersonalización de los procesos productivos han reducido aún más la autonomía y el control de trabajadore/as en relación de dependencia económica y jurídica sobre su propio trabajo. Esta pérdida no solo afecta la definición del contenido de trabajo, sino también sus condiciones y la duración y configuración del tiempo de trabajo. Esto responde tanto a imposiciones estructurales como a dinámicas que han desvinculado progresivamente a quienes trabajan de la participación en la toma de decisiones. En su lugar, se han instaurado y profundizado nuevos modelos de gestión tecnificados, donde la planificación y organización del trabajo quedan centralizadas en instancias gerenciales, limitando el control y la participación de quienes lo ejecutan y reforzando relaciones de subordinación. La introducción de nuevas tecnologías, la automatización, la subcontratación y la deslocalización de la producción han intensificado esta dinámica reduciendo a quien trabaja a ser una pieza funcional dentro de un engranaje que opera bajo la lógica de la rentabilidad. Lo que cambia a lo largo de la historia son las tecnologías y los modos de gestión que se utilizan para ello así como la forma en que interviene el Estado para estimular o frenar esa lógica. Esta pérdida de autonomía no solo genera un desvinculamiento subjetivo con el proceso productivo y con el producto, sino que reifica y corroe las relaciones humanas.
Concomitantemente incrementa la posibilidad de provocar efectos graves en la salud individual y colectiva además de incrementar la pérdida de sentido del trabajo. Las decisiones gerenciales, dictadas por la exigencia de reducir costos y maximizar la rentabilidad, se toman con una creciente desvinculación respecto de la realidad cotidiana de quienes trabajan, profundizando estos riesgos sin que exista una participación efectiva ni una capacidad real de incidencia por parte de los trabajadores/as en la configuración de sus propias condiciones laborales.
4. Trascender la perspectiva higienista y des-individualizar el problema de la salud y el bienestar en el trabajo.
Las políticas empresariales enfocadas en la gestión de la salud y calidad de vida laboral así como los nuevos modelos de gestión de recursos humanos, han consolidado una perspectiva que tendieron a subestimar el derecho a la satisfacción y a la adaptación del trabajo a quien lo ejecuta, para presionar en favor de la productividad, la reducción de costos y la eficiencia a costa del bienestar de los trabajadore/as. Este modelo de gestión no solo es insuficiente para abordar los problemas reales de salud relativa al trabajo sino que, en muchos casos, genera conflictos o agudiza los ya existentes y opera como un mecanismo de legitimación de la deshumanización del trabajo. Las estrategias presentadas como soluciones “científicas” o “profesionales” tales como los programas de bienestar laboral, mejoramiento del clima laboral, la capacitación en manejo del estrés o la implementación de sistemas de monitoreo de productividad, pueden ser útiles pero no abordan las causas estructurales de los riesgos psicosociales sino que las ocultan bajo una aparente neutralidad técnica que tiende a establecer indicadores y criterios que no necesariamente se condicen con la realidad del trabajo. Estas medidas lejos de transformar las condiciones laborales se limitan a intentar mitigar los efectos más visibles del sufrimiento, individualizando y despolitizando el debate sobre la organización del trabajo. Resulta clave cuestionar los enfoques de carácter “higienista” que no solo resultan insuficientes sino que también refuerzan un modelo productivo basado en la explotación y el control, reproduciendo desigualdades estructurales y consolidando relaciones de poder asimétricas en el mundo del trabajo. Cuando los riesgos psicosociales no son controlados y superados no solo produce sufrimiento en quienes trabajan sino que también erosiona el sentido del trabajo en la medida que impide a las personas reconocer la utilidad social de su actividad. Esta desconexión se ve agravada por la limitada autonomía y escaso control sobre el proceso de trabajo lo que restringe su capacidad de agencia y decisión. La imposibilidad de realizar un trabajo de calidad les obliga en muchos casos a violentar sus principios éticos y escala de valores generando un sufrimiento ético persistente. En este contexto el trabajo deja de ser una fuente de aprendizaje convirtiéndose en una experiencia alienante que profundiza el desgaste subjetivo y socava la identidad profesional generando efectos mucho más allá de los ámbitos laborales. Sus impactos se extienden a la vida cotidiana, deteriorando los vínculos sociales, al tiempo que contribuyen a reproducir formas de sociabilidad marcadas por la competencia, la precarización de los lazos colectivos y una progresiva despolitización de la experiencia, con consecuencias directas en el tipo de sociedad que construimos. Llamado a la acción Frente a este panorama, hacemos un llamado urgente a todos los actores del mundo del trabajo, gobiernos, trabajadore/as, académicos/as, profesionales de la salud y de las relaciones laborales, así como a empleadores, organizaciones sociales y movimientos sindicales, a tomar conciencia de los riesgos y amenazas que se derivan de las condiciones laborales actuales y comprometerse con la construcción colectiva de una perspectiva de salud relativa al trabajo en modo integral. Esta debe ir más allá de medidas psicologizantes individuales, para tratar de abordar las profundas contradicciones sociales y políticas que configuran el mundo del trabajo y que están en el origen de los riesgos psicosociales.
La salud es un derecho fundamental porque de ello depende la vida pero también un espacio de disputa donde los trabajadores/as deben ser sujetos activos en la configuración de un modelo productivo donde predomine la justicia organizacional que respete su dignidad y reconozca el derecho a controlar su proceso de trabajo. Solo a través de un enfoque crítico, histórico y socialmente situado en el estudio de los riesgos psicosociales en el trabajo en Latinoamérica que reconozca como punto de partida las desigualdades estructurales y políticas que atraviesan el trabajo será posible comprender los riesgos psicosociales de manera abarcativa para reducirlos, controlarlos y transformar los espacios y el tiempo de trabajo. Promover el bienestar no es solo un asunto de salud para quienes trabajan sino también un imperativo de salud pública y justicia social que tiene efectos benéficos sobre la vida, las organizaciones y los Estados. No basta con reconocer la existencia de estos riesgos, es fundamental transformar las condiciones estructurales que los generan para promover la salud integral de quienes trabajan. Llamamos a la acción colectiva de los actores sociales, los trabajadores/as, profesionales, académicos/as, sindicatos y movimientos sociales para imaginar y promover modelos de trabajo que prioricen la salud. Cuidar la vida requiere una transformación profunda del actual sistema productivo que ponga centralmente la atención en la salud, la dignidad, la justicia y el bienestar de quienes trabajan.
Quienes integramos esta Área nos comprometemos a:
Promover acciones de información y formación dirigidas a responsables de empresas y organizaciones con el fin de relevar y actuar sobre las condiciones de trabajo que generan riesgos, conforme a lo establecido en los convenios y recomendaciones de la OIT ratificados por los gobiernos de la región, y en procura de adoptar medidas de prevención que garanticen que el trabajo no cause daños a la salud de quienes lo hacen.
Responder a las demandas de asistencia técnica en materia de RPST a los órganos pertinentes de inspecciones de los Ministerios de Trabajo y de Salud, a los trabajadore/as, empleadores, y sus organizaciones así como promover la creación y funcionamiento de los comités bipartitos. Estimular la reflexión a nivel del nodo de investigadora/es de cada país y el intercambio entre los diferentes nodos nacionales.
Programar el intercambio y la cooperación con lo/as colegas e instituciones de los diferentes países y llevar a cabo estudios comparativos. Cuando sea posible y se garantice la autonomía y libertad académica, llevar a cabo proyectos piloto de asistencia técnica, de formación e información dentro de empresas y organizaciones para la promoción de la salud y la evaluación de resultados.
Para nuestra Área, la responsabilidad ante estas problemáticas es un compromiso ético, político y humanista en el mejor de los sentidos para la construcción de una vida colectiva plena.
Este manifiesto es
el resultado de un esfuerzo colectivo, que se construyó a partir de un equipo
compuesto por María Magdalena Garces, María Laura Henry, Julio César Neffa y Silvia Virginia Franco Velázquez que
fue quien tuvo a su cargo la redacción final integrando los valiosos aportes de
Jorge Sandoval Ocaña, y Jorge Sandoval Cavazos (México), Miguel Guillen
(Guatemala), Ana Claudia Moreira Cardoso y Thaís Helena de Carvalho Barreira
(Brasil), Josep Blanch (Colombia-Ecuador), Karla Cánova, Lisette Mapelli y Joel Mamani (Perú), Mónica Inés Cesana
Bernasconi, Luis Raffaghelli, Guillermo Contrera y Jorge Andrés
Kohen (Argentina),