CINE › CARLOS MARTINEZ Y SU OPERA PRIMA CONDENADOS
“Hice esta película para que se conozca y se recuerde”
Militante político y sobreviviente de la dictadura
militar, Martínez fue invitado a presentar su película ante el
Parlamento Europeo, donde la Comisión de Libertad y Justicia consideró
que “su contenido es de interés para la humanidad”.
Por Oscar Ranzani
Su
vida está marcada por el sufrimiento de haber sido un preso político
antes y durante la dictadura. Pero también por el amor que le
demostraron quienes no lo abandonaron en el peor momento de su vida.
Como señala ese himno escrito por la recordada María Elena Walsh, “Como
la cigarra”, Carlos Martínez “igual que el sobreviviente que vuelve de
la guerra” regresó, después del horror militar. Claro que fue un
sobreviviente, pero en esa etapa de la historia argentina no hubo una
guerra, sino terrorismo de Estado. Y el empuje necesario, que menciona
la letra de la canción, Martínez supo tenerlo precisamente para resistir
y defender sus ideas. Fue uno de los militantes que estuvieron presos
en la temible Unidad 9, de La Plata, conocida como la cárcel de los
Pabellones de la Muerte, desde que el 13 de diciembre de 1976 asumió
como director de ese penal Abel Dupuy, quien fue condenado hace tres
años por delitos de lesa humanidad, cometidos en ese recinto ominoso. En
la Unidad 9, la idea de la dictadura era fusilar a los miembros de
Montoneros y del Ejército Revolucionario del Pueblo, que fueron
prisioneros allí, divididos por identidad política en el Pabellón 1 o en
el 2, ambos de “irrecuperables” (los genocidas también clasificaron a
los detenidos, de acuerdo con su grado de “peligrosidad”, en
“difícilmente recuperables” y a unos pocos en “recuperables”).
A muchos los exterminaron: más de treinta presos (y familiares) no
pudieron contar la historia. Pero Martínez, militante del PRT-ERP, que
estaba detenido desde octubre de 1974 por “resistencia a la autoridad y
tenencia de armas”, después de caer herido, fue destinado al penal de
Devoto y luego lo trasladaron junto a un grupo a la Unidad 9. Su
historia no concluye allí: luego estuvo detenido en Sierra Chica, Rawson
y, posteriormente, de nuevo en la Unidad 9, donde fue liberado en
octubre de 1981 (tras cumplir su condena original más un año de libertad
vigilada), entre otras razones, por la fuerza que tuvieron sus
familiares, junto a la de los organismos de derechos humanos que
peleaban colectivamente, a los que se sumó la visita de la Comisión
Interamericana de Derechos Humanos que puso bajo la lupa los crímenes de
la dictadura en el momento en que se estaban cometiendo.Como suele decirse, la vida de Martínez es de película. Y por eso, desde 2006 se puso detrás de cámara para dirigir Condenados, un largometraje de ficción, inspirado en hechos reales, que narra la vida (y la muerte) en los pabellones de la Unidad 9, el compañerismo que tenían los presos políticos en la cárcel, cómo se las ingeniaban para crear códigos que les permitieran comunicarse, el maltrato militar a los detenidos y el acompañamiento de los familiares para resistir el hostigamiento, entre otros núcleos temáticos que dan como resultado una película política pero, a la vez, con una mirada humanista. Tan es así que, mientras espera la decisión del Incaa para poder cerrar el financiamiento del largometraje y exhibirlo en salas argentinas, Martínez fue invitado a presentar el film ante el Parlamento Europeo (PE) el 29 de mayo en Bruselas. La Comisión de Libertad y Justicia del PE consideró que Condenados será la primera película argentina en obtener este reconocimiento porque “su contenido es de interés para la humanidad”, según comenta Martínez. Una edición más breve del film podrá verse fuera de competencia en el Festival de Cannes que se desarrollará entre el próximo miércoles y el 26 de mayo. Y el 30 del mismo mes se presentará tanto a la prensa como al público en la Embajada Argentina en París.
“Yo hice esta película para que se conozca y se recuerde”, explica Martínez, quien aceptó el ofrecimiento del PE “de muy buen grado”, pero que le interesa “que sea recordado por el público argentino”. De todos modos, el circuito de exhibición de Condenados “arranca desde una plataforma bastante alta para su difusión internacional. Eso me va a ayudar a que llegue a la Argentina desde ahí”, confía Martínez.
El cineasta comenta que la idea de Condenados no fue personal sino “un propósito colectivo de un grupo de sobrevivientes de los dos pabellones”. Cuenta que ya habían empezado a hablar entre varios compañeros “que era hora de dar a conocer esta historia porque no es conocida”. Esto se produjo en marzo de 2004. “Inmediatamente, hicimos la primera reunión de trabajo, se formó un grupo de compañeros que habíamos estado en los Pabellones 1 y 2 y empezamos a trabajar. De entrada, se habló de que fuera una película.” Había dos ideas: algunos pensaban más en el documental y Martínez más en la ficción. “Llegamos a hacer dos documentales (también Martínez concretó una serie de trece capítulos que está actualmente en el Bacua a disposición de los canales de TV), pero para llegar masivamente nos ayudan los actores. Traen mucho más público”, entiende Martínez.
–¿La película se armó sólo a partir de sus recuerdos personales o, paralelamente, realizó una investigación histórica? –Fue una investigación histórica seria en la que a medida que avanzábamos íbamos aportando elementos al expediente del juicio, ya que había una causa por todas estas muertes y desapariciones que venía sustanciándose desde tiempo atrás. Además, fuimos tomando contacto entre nosotros después de casi treinta años. Y nos dimos cuenta de un par de cosas. Una fue que de esos militantes muy comprometidos ninguno había vivido “cazando mariposas”. Todos habían dedicado su vida a valores cercanos por los cuales habían luchado aunque no fuera tomar el poder por las armas, porque los tiempos habían cambiado. Pero el que no era dirigente sindical estaba como dirigente político, en la Cámara de Diputados o en la Justicia, o era periodista. Todos nos habíamos dedicado a tareas que conducían a los mismos valores. Y cuando nos miramos entre nosotros ocupábamos lugares bastante relevantes en la sociedad. Y el otro hecho en común que abarca a todo el conjunto de los sobrevivientes fue que ninguno había tomado una iniciativa de venganza personal, habiendo muchos sobrevivientes y mucho por lo cual odiar. Sin embargo, no hubo ni siquiera un solo intento de venganza personal. Nadie se lo propuso, pero sí estaba la firme convicción de que se supiera la verdad y de tratar de obtener justicia.
–¿Por qué decidió centrar el núcleo de la película en lo sucedido en la cárcel sin mostrar los hechos previos o el futuro respecto de aquella etapa? –En principio, yo quería que los hechos sucedieran. Y me tenía que atener a los alcances de una edición posible de realizar. Si yo hubiera tenido que representar el golpe, la situación palaciega del golpe, las internas de las Fuerzas Armadas hubiera sido otra película o un largometraje de cuatro horas que no iba a estar a mi alcance. Por ejemplo, me interesaba mucho la motivación económica del golpe de Estado. Me hubiera gustado mucho desarrollar ese contexto y explicar: “¿Esta represión se debe a la necesidad de evitar que ERP y Montoneros tomen el poder o viene al servicio de un plan económico que necesita trabajadores calladitos y cumpliendo, bien peinados, y que nadie proteste?”. Hasta que vi algunos borradores de eso. Acoté mi propósito a contar esta historia que no está contada y considerábamos que debe conocerse. Son los anticuerpos que hay en una sociedad para que estas cosas no pasen de nuevo.
–¿Considera que la película tiene una mirada más humana que política? –Yo creo que son inseparables. Por lo menos, en la intención. Sin el contexto político no se entiende y tampoco se mantiene el motivo para contarla. Pero sin la humanización de esos personajes, creo que no llegaría al espectador. Hubo millones de muertos en el Holocausto, pero muchos hemos derramado una lágrima por Ana Frank. Y la verdad es que rechazo ese argumento de “una película más sobre la dictadura”. Pasaron setenta años del Holocausto en manos de los nazis y se siguen haciendo películas. Y se siguen contando las mismas historias otra vez hechas por otros directores.
–En ese sentido, ¿cuál cree que es el mayor aporte del film a lo sucedido durante la dictadura? –En este caso, incorporar al concepto general de desaparecido la figura del preso político. El preso político militante estaba preso porque llevaba adelante una acción revolucionaria. No digo: “Pobrecito, estaba ahí, vinieron y le pegaron y encima lo torturaron y después lo mataron”. No, no, no: dirigentes Montoneros y del PRT y del ERP estaban siendo juzgados por leyes bastante duras y por jueces bastante duros. Pero eso no alcanzó: había que matar sin juicio. Y tampoco alcanzó: había que matar a las familias. Yo creo que esa faceta debe ser conocida y recordada por los argentinos.
–¿Le costó tomar distancia para construir una ficción basada, en parte, en su propia historia y la de sus compañeros? –Es imposible. Ni siquiera me lo propuse. Estoy profundamente metido en esta historia y la cuento desde adentro. Pero más que dirigir a los actores (que en eso me ayudó Alicia Zanca) era reconstruir la situación del militante preso en esa celda auténtica donde estuvimos nosotros. No puedo tomar distancia. La verdad es que lo hice desde adentro. Y en muchísimos casos yo manejé la cámara porque sabía lo que quería ver. El camarógrafo me preparaba todo y yo hacía la toma, con mis manos.
–Condenados no sólo cuenta su caso, sino el de varios compañeros suyos. ¿Cómo fue abordar la historia de quienes ya no están? –Tiene un carácter de homenaje. Por ejemplo, con Dardo Cabo teníamos distintas miradas de la realidad. El era peronista y yo no lo era. Antes del traslado convivimos un tiempo en el Pabellón 3º de la cárcel de Devoto. Y teníamos la tarea de la relación política entre ambas organizaciones: él por Montoneros y yo por el PRT. Entonces teníamos un diálogo político de bastante profundidad, que no iba a cambiar la historia de la Argentina. Simplemente era como una voluntad de analizar políticamente en el sentido de sentirnos compañeros con distinta identidad política, pero con un mismo enemigo, con un fin último muy compartido. Había un profundo afecto. Y la verdad es que sentía la misma relación de compañerismo que con otros que estábamos en la misma organización. Entonces, ¿los que ya no están? Era como una necesidad, hasta más difícil.
–Algo que estremece de la película es la búsqueda de supervivencia de los presos que crean todo tipo de códigos para comunicarse. ¿Buscó hacer hincapié en el deseo de vivir que tenían los detenidos como un contrapunto de la decisión militar de matar? –Sí. El ingenio y el humor eran armas de la resistencia. Fueron elementos fundamentales para sobrevivir. Y la voluntad. Si estaba absolutamente prohibida y había una actividad profesional en evitar la comunicación entre el Pabellón 1 y el 2, las maneras de burlar eso eran una necesidad, por un lado, para sobrevivir y, por otro, de ganar pequeñas batallas.
–Otra línea que muestra la película es el acompañamiento de los familiares a los detenidos. ¿Cómo fue reconstruir ese aspecto tan doloroso de esta historia? –Fue doloroso y, al mismo tiempo, es reconfortante el recuerdo. Nunca nos dejaron solos. Y no hablo de un familiar: es generalizado. Mis familiares no eran militantes. Mi madre era docente, una persona muy estudiosa, tenía cuatro licenciaturas y un doctorado. Mi padre era economista especializado en seguros. Nunca dejaron de visitarme. Es decir, mi madre corrió riesgos como los que vemos en la película. Mi suegra, después de que mataron a mi esposa, nunca dejó de venir a visitarme y no tenía mayores recursos. Igual, ella se arreglaba para ir a Rawson cada 45 días, que era lo que estaba permitido, intercalaba con mi madre para que yo tuviera visitas más seguido, años después de haber muerto mi mujer. Esa solidaridad fue algo que tenía que ver con nuestro profundo compromiso político que generaba una respuesta humana. Nunca nos entendieron a nosotros con los adjetivos de los militares. No éramos delincuentes, ni terroristas o personas malignas. En todo caso, lo que queríamos subvertir era ese orden perverso de la dictadura.
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