Jóvenes peregrinos cantaron consignas en la playa Ipanema en la víspera de la llegada del Papa.
Francisco trae el evangelio social
Por Eduardo Febbro * ( P12 22.7.2013)
Desde Río de Janeiro
Una marea de algarabía, juvenil, explosiva en su manifestación de la
alegría, con guitarras y cantos y mochilas a veces más grandes que los
cuerpos que las soportan. El aeropuerto de Río de Janeiro es un desfile
interminable de jóvenes que llegan del mundo entero, envueltos en
banderas y en abrazos, cantando a la fe a capella o con guitarras. La
hora es a la vez grave e inmensamente festiva. Las Jornadas Mundiales de
la Juventud que empiezan esta semana en Brasil fijarán el rumbo oficial
del mensaje que dará el papa Francisco en el curso de su primera salida
internacional. Una cita que suena como un modelo de su naciente papado.
Atrás quedaron las purgas orquestadas por Juan Pablo II contra la
Teología de la Liberación, los curas pedófilos, la corrupción en el seno
del banco del Vaticano, el IOR: ha llegado –dicen los jóvenes que
acuden a Río– el “momento de la renovación”. Esta tiene un nombre que
contrasta con los últimos 35 años de política vaticana: “el evangelio
social”. La palabra “social” es ya todo un desafío que prolonga la
ruptura que Bergoglio encarnó la noche misma en que, luego de que el
Cónclave lo eligiera papa, salió al balcón de la plaza San Pedro y
pronunció la palabra “pueblo”.En Roma, hace diez días, el entorno del Papa hablaba de un “mensaje revolucionario”. Habrá que ver y oír. Desde aquel compromiso de forjar “una Iglesia pobre para los pobres”, Francisco ha ido desvistiendo la figura papal de todo el ropaje monárquico que la ponía por encima de los fieles. La comunicación funciona a fondo, incluso con detalles que asombran. La Santa Sede lanzó un nuevo semanario para amplificar el mensaje papal: Credere. La publicidad dice “el nuevo semanario que te hará vivir la fe con alegría”. A la izquierda, en la tapa, un rectángulo dice: “la revista de la Iglesia de Francisco”. Esa es la Iglesia que Francisco expondrá en el país católico más importante del mundo. Bergoglio visitará a los pobres de una favela, a enfermos en un hospital, recibirá presos, peregrinará al santuario de Aparecida y, sobre todo, se encontrará con jóvenes de todo el mundo en lo que se suele llamar el “Woodstock católico”. Su viaje viene precedido por una serie de pronunciamientos que rompieron con el conformismo vaticanista: en las últimas semanas, Bergoglio denunció la “tiranía del dinero”, “el capitalismo salvaje” y la “globalización de la indiferencia”. “Nos encontramos al fin con alguien que ve el mundo tal como es, con los mismos ojos con que lo vemos y los sufrimos nosotros”, dice Angélica, una española de 19 años recién llegada a Río desde Valencia con otros cientos de españoles. Uno de los vaticanistas más célebres, Marco Politi, dijo que el Papa “en Brasil proseguirá, profundizará y aclarará su Evangelio social. Desde que fue elegido denuncia las nuevas formas de esclavitud, la explotación, la desigualdad, la irresponsabilidad de algunas fuerzas sociales”.
La historia parece también correr para Francisco. El pontífice llega a un Brasil convulsionado por la revuelta social, los reclamos de justicia social, contra la corrupción, a favor de la renovación de un sistema político gangrenado por el favoritismo y la corrupción. Francisco ya había escrito el discurso central que iba a pronunciar en Brasil durante las JMJ, pero a la luz de las protestas lo modificó. El arzobispo de Río de Janeiro, Orani Joao Tempesta, responsable de la organización de la Jornada Mundial de la Juventud, viajó a Roma para encontrarse con Bergoglio. Luego le siguió el cardenal arzobispo emérito de San Pablo, Claudio Hummes, un hombre de posiciones sociales conocidas por haber abierto las puertas de su iglesia a los obreros en huelga. El presidente de la Conferencia Episcopal de Brasil (CNBB), el cardenal Raymundo Damasceno, también se reunió en Roma con el Papa. Este encuentro es tanto más clave en lo que podrá decir Bergoglio cuanto que viene precedido de una reunión de la Conferencia episcopal de Brasil. Celebrada casi a finales de junio, la reunión terminó con la redacción de un documento en el que la Conferencia episcopal manifiesta “nuestra solidaridad y apoyo a los manifestantes”. El texto contiene un respaldo total las protestas. Uno de sus párrafos dice que los gritos contra corrupción, la impunidad y la falta de transparencia (...) hacen renacer la esperanza”.
A ese mundo llega Francisco. Un escenario ideal al que las autoridades del país le tienen miedo, miedo a que la visita del Papa sirva de nuevo detonante para lo que ya está latiendo desde hace semanas. Al papa Francisco no le agrada la seguridad y a los responsables de garantizar la suya durante las Jornadas Mundiales de la Juventud no les gusta la perspectiva de que la llegada del Papa vuelva a renovar las protestas contra la clase política. Brasil subió de 11.000 a 14.000 el número de las fuerzas del orden encargadas de garantizar la seguridad de Francisco. La perspectiva de una “revolución ciudadana” durante la visita de Bergoglio llevó a las autoridades brasileñas a proponer una serie de modificaciones en la agenda papal, pero el Vaticano las rechazó. “No habrá cambios de programa”, dijo en Roma Federico Lombardi, el portavoz del Papa.
Sin embargo, las autoridades de Brasil querían modificar un montón de cosas. Brasil arguye que se descubrieron “indicios” de que grupos opositores preparaban una ofensiva aprovechando la llegada de Bergoglio. Lo más peligroso era el encuentro de Francisco con la presidenta Dilma Rousseff (ver página 21), con el gobernador de Río, Sérgio Cabral, y con Eduardo Paes, el intendente de Río. Este acto debe llevarse a cabo en el Palacio de Guenabara, sede del gobierno del estado de Río. Pero como hay una manifestación programada contra el gobernador y el alcalde, las autoridades propusieron levantar la cita y hacerla en otro lugar. El Vaticano dijo que no. Más aún, las declaraciones de los responsables que se reunieron con Francisco en Roma muestran que la Santa Sede está con los manifestantes. Tras su regreso de Roma, el cardenal Claudio Hummes dijo: “El mensaje de Cristo está en sintonía con esas reivindicaciones del pueblo”.
Habrá que ver y oír. Francisco se negó a utilizar el papamóvil blindado. Se desplazará en el mismo jeep abierto con el que circula en Roma. A pedido del papa, tampoco habrá a su lado “hombres armados con fusiles”. El papa, dicen en Roma, no les tiene miedo a las manifestaciones: “Estas no son contra el Papa sino contra los políticos”, dice el Vaticano. Si la promesa es cierta, habrá en Brasil un encontronazo entre dos mundos: el del evangelio liberal que todo lo corrompe y destruye, el planeta y los seres humanos, y el que trae Francisco en su mensaje: el “evangelio social” del cristianismo. Primer acto mayor de un pontificado que, en sus primeros pasos, desteje la abrumadora y sucia trama de corrupción y luchas por el poder que el predecesor de Francisco, Benedicto XVI, no pudo desarmar. Eso lo llevó a la renuncia. Evangelio social, Teología de la Liberación, según varios vaticanistas ambas tienen cita esta semana en Brasil, en una suerte de reconciliación misteriosa. El vaticanista Marco Politi alega que “Francisco es un fruto inesperado de la Teología de la Liberación porque es un representante de la llamada Teología Popular, que no es marxista ni politizada, pero que sí denuncia con fuerza los horrores de la miseria, la desigualdad y sus mecanismos económicos”. El combate que Juan Pablo Segundo libró contra esa corriente dejó muchas víctimas, pactos con las dictaduras, corrupción, una suerte de monstruo que siguió vivo mucho después de la muerte del papa polaco. Por ese abismo se fue Benedicto XVI. Del mismo abismo llega Bergoglio. La llamada “iglesia de Francisco” se construye sobre una montaña de cenizas aún humeantes.