DESTACAN EN OXFORD LAS INVESTIGACIONES SOBRE COMPLICIDAD EMPRESARIAL
Un caso único
Mientras en Buenos Aires un plenario de comisiones de la Cámara de Diputados aprobaba sin disidencias el establecimiento de una comisión bicameral investigadora de la complicidad económica con la dictadura militar, en un seminario académico realizado en la universidad inglesa de Oxford la Argentina era señalada como el país que más ha avanzado en señalar y enjuiciar esas responsabilidades.
Por Horacio Verbitsky
El caso argentino en Oxford: Leigh Payne, Phil Bloomer, Sheldon Leader, Sabine Michalowski y Juan Pablo Bohoslavsky.
La Argentina “ha demostrado gran capacidad de innovación,
conformando verdaderos modelos de responsabilidad empresarial y
combinando en forma creativa el derecho del trabajo, los códigos penal,
civil y comercial y el derecho internacional de los derechos humanos,
modelo que puede utilizarse en otras partes”, dijo la socióloga
estadounidense Leigh Payne durante el seminario realizado en Londres y
en Oxford, donde dirige el Centro Latinoamericano de la Facultad Saint
Anthony. Junto con sus colaboradores Gabriel Pereira, de Tucumán, y
Tricia Olsen, de la Universidad de Denver, consideró cuatro formas de
responsabilidad: la complicidad directa en hechos criminales, las
violaciones al derecho del trabajo, la ayuda financiera a la represión y
los beneficios ilegales obtenidos mediante la violencia. La Argentina
tiene ejemplos en cada una de ellas: Ledesma, Mercedes-Benz y Ford, como
complicidad directa en los crímenes; los casos Ingegnieros, de Techint,
y Bordi-sso, de Siderca, como violación del derecho laboral; los casos
Ibáñez y Garragone, por el financiamiento a la represión prestado por
bancos como el Citi y el Bank of America, que fueron investigados por
Juan Pablo Bohoslavsky; y los casos Vildoza y Papel Prensa como muestra
de transacciones ilegales.
Sobre 117 países de Africa, América Latina, Asia y Europa analizados
por la base de datos que dirigen, sólo en 17 también se investigó al
poder económico. De los 65 casos de todo el mundo sobre la
responsabilidad empresarial, 20 corresponden a la Argentina, seguida
recién por Irak, con ocho casos, pero que se tratan en tribunales
estadounidenses. La investigación comprendió los distintos mecanismos
utilizados: comisiones por la verdad, juicios penales y civiles, tanto
domésticos como transnacionales. Según sus conclusiones, “la Argentina
utilizó la mayor cantidad de mecanismos (4) para examinar el mayor
número de casos (20)”. Para explicar la ubicación de cada país, desde la
absoluta impunidad, como Brasil, Costa de Marfil, Kenya o México, a la
plena responsabilidad, como la Argentina, Payne consideró cuatro
factores: el reclamo de la sociedad civil, el liderazgo judicial, la
presión internacional y la ausencia de actores con capacidad de veto.
“Pocos países han seguido el extenso conjunto de mecanismos usados por
la Argentina, cuyas innovaciones indican las distintas posibilidades que
existen. Como ya ocurrió con la responsabilidad de actores estatales,
los progresos argentinos sobre responsabilidad empresarial pueden
adaptarse a otros contextos.” Una lección del caso argentino “es que los
casos civiles tienen mayor probabilidad de avanzar que los penales y
que los obstáculos a la Justicia por la complicidad empresarial son
grandes, pese al propicio ambiente político y judicial”. Pero el impacto
no puede medirse sólo por el resultado de los juicios. Para compañías
muy conocidas como Ledesma, Ford, Mercedes, Volkswagen, Bank of America,
Grupo Clarín, Citibank o Techint, cuando el esclarecimiento de la
verdad asocia sus nombres con prácticas inescrupulosas hay un costo en
su reputación. Mientras las prácticas tradicionales han involucrado al
Ministerio Público y la Secretaría de Derechos Humanos, en los casos de
responsabilidad empresarial también participan la Unidad de Información
Financiera y la Comisión Nacional de Valores. “La participación de una
amplia gama de dependencias del Estado, judiciales y no judiciales,
puede ser un factor coadyuvante al proceso de responsabilidad”,
concluye.
El despojo
La economista Judith König, directora de la Oficina de Investigación
Económica y Análisis Financiero (OFINEC) explicó el trabajo de esa
dependencia de la Procuración General de la Nación en apoyo de los
fiscales que intervienen en causas por crímenes de lesa humanidad.
Encabezó su exposición con una frase de la Carta Abierta de Rodolfo J.
Walsh a la Junta Militar: “En la política económica de ese gobierno debe
buscarse no sólo la explicación de sus crímenes, sino una atrocidad
mayor que castiga a millones de seres humanos con la miseria
planificada”. En una primera etapa la agenda de la justicia transicional
se limitó a las violaciones de derechos básicos a la integridad física.
Más adelante se incluyó el aspecto económico de los crímenes contra la
humanidad, pero la Justicia, limitada por una mirada tradicional del
derecho que tiende únicamente a la defensa de la propiedad privada, sólo
trató el “desapoderamiento de bienes” sufrido por algunos empresarios y
no los derechos económicos, sociales y culturales de las víctimas no
propietarias de bienes. Este marco conceptual que excluye de la
responsabilidad penal y civil a los sectores económicamente poderosos,
beneficiarios y muchas veces impulsores de los regímenes de terror,
también se produce en el ámbito internacional. Por ejemplo, el Estatuto
de Roma de la Corte Penal Internacional sólo es aplicable a personas
físicas, no a las empresas como tales. La actual agenda de los juicios
de lesa humanidad en la Argentina, en cambio, apunta al despojo sufrido
por la mayoría de la población, aquella que sólo es propietaria de su
fuerza de trabajo. La profunda redistribución regresiva del ingreso
llevó la participación de la clase trabajadora en el ingreso nacional
del 45 por ciento en 1974 al 22 por ciento en 1982, con un incremento
proporcional de la ganancia obtenida por el empresario, mientras el
Producto Bruto Interno permaneció constante (ver gráfico 1).
Para obtener esas cuasi rentas de privilegio gracias al trabajo
barato, numerosos representantes sindicales de trabajadores fueron
secuestrados, torturados y desaparecieron, “en muchos casos con la
participación directa de empresarios que suministraron los nombres y la
infraestructura para que se elimine toda forma de reclamación
colectiva”. König estableció una fuerte correlación entre la abrupta
caída en la participación de los asalariados en el ingreso nacional y la
cantidad de personas que fueron secuestradas, torturadas, asesinadas o
desaparecidas por las fuerzas represivas durante ese período (ver
gráfico 2).
También analizó las prebendas estatales obtenidas por algunos
empresarios, como el acceso al crédito externo o determinados beneficios
impositivos, que estaban al alcance de quienes tenían mayor grado de
vinculación con las autoridades estatales. Estas circunstancias quedaron
registradas en los balances de las empresas, con los que la OFINEC
procura cuantificar en cada causa judicial el daño económico sufrido por
los trabajadores y de esta forma explicitar tanto las ganancias
extraordinarias obtenidas por las empresas como la motivación económica
de los crímenes contra la humanidad. “Esta visibilización podría dar
lugar al inicio de acciones de reparación de ese daño”, contempladas en
el derecho argentino y en las reglas internacionales, como la Resolución
60/147 del año 2006 de la Asamblea General de las Naciones Unidas, que
establece que la reparación por violaciones masivas de derechos humanos
debe cubrir “todo daño económicamente mensurable y ser proporcional a la
gravedad de los hechos y circunstancias”.
El Joven Orson
El juez federal de Tucumán y subrogante de Jujuy Luis Fernando
Poviña, quien leyó una intervención muy formal en la que sólo habló de
“presuntos delitos”, dijo que las investigaciones judiciales de los
últimos años incluyeron al poder económico entre las causas que hicieron
posible el asalto al poder constitucional en 1976; que algunos de los
grupos económicos más importantes intervinieron en la planificación y
posterior ejecución del golpe de Estado, al que prestaron asistencia
financiera; y que se intenta determinar su participación en delitos de
lesa humanidad, en ayuda o complicidad con los ejecutores materiales y
mediatos. Este magistrado de 43 años, cuyo asombroso parecido con el
joven Orson Welles llamó la atención de argentinos y británicos, es el
juez que procesó por complicidad en la privación ilegal de la libertad
de 29 personas al poderoso empresario Carlos Pedro Blaquier, accionista
del Ingenio Ledesma. Entre las víctimas están el médico y ex intendente
de General San Martín, Luis Arédez, y dos docenas de trabajadores y
sindicalistas secuestrados en la Noche del Apagón de julio de 1976. Pero
Poviña no mencionó ni esos nombres ni las causas en las que interviene,
porque su exposición fue de tono académico. Sólo repasó doctrina y
jurisprudencia de Europa, Estados Unidos y el Sistema Interamericano de
Protección a los Derechos Humanos, la incorporación de los instrumentos
de derechos humanos en las constituciones latinoamericanas y el
establecimiento de tribunales penales internacionales.
Los procesos internacionales celebrados hace siete décadas luego de
la Segunda Guerra Mundial, también incluyeron a civiles que participaron
como cómplices en los crímenes cometidos por las potencias del Eje,
como el industrial del carbón y el acero Friedrich Flick y el químico
Bruno Tesch, inventor del insecticida Zyklon B, que vendió a los campos
de concentración nazi a sabiendas de que se usaría para asesinar a
personas. Quince años después, la captura en la Argentina de Adolf
Eichmann y su juicio en Israel fueron el tema de la tesis doctoral de
Klaus Roxin, “Autoría y Dominio del Hecho”, que reformuló el concepto de
autor mediato, a través del “dominio de la voluntad en virtud de
aparatos organizados de poder”. Esta doctrina se aplicó por primera vez
en el juicio a las Juntas Militares de la Argentina, en 1985, para
condenar a los ex Comandantes en Jefe que no participaron por mano
propia en los crímenes que ordenaron cometer.
Poviña dijo que en años más recientes nuevas investigaciones
identificaron al círculo de políticos, economistas e intelectuales,
asociados a grandes empresarios, que acercaron a los militares que
preparaban el golpe el nombre de José Alfredo Martínez de Hoz. Sin ser
militar “fue uno de los artífices ideológicos” de lo sucedido. Las
grandes empresas azucareras y mineras del norte argentino, vinculadas
con el poder político, han explotado el trabajo de campesinos e
indígenas aislados y marginados, por muy bajos salarios y en condiciones
extremas sin ningún tipo de protección. Una vez instalada la última
dictadura, aquellas personas que por sus reclamos gremiales podían
constituir un riesgo para el modelo económico a implantar, fueron
secuestradas junto a sus familias. Las empresas aportaron nóminas de
trabajadores y sindicalistas, facilitaron instalaciones e inclusive
vehículos para el transporte de las víctimas. La consecuente
intimidación general desalentó reclamos laborales posteriores, lo cual
benefició a esos grupos económicos, en forma directa o indirecta.
Muchos de los afectados temen prestar testimonio porque hasta hoy
sus parientes, vecinos y amigos trabajan en las grandes fábricas de la
región, circundadas por pequeños pueblos. Esto hace tan difícil como
esencial el análisis del papel de algunas grandes empresas en el período
dictatorial, requisito necesario para la verdadera comprensión del
pasado y culminación de los procesos de justicia. La literatura sobre
regímenes autoritarios ha sido simplista al concentrarse en la autoridad
del Estado, sin darle la debida trascendencia a la autoridad
estructural que, si bien puede no ser estatal, la circunda o inclusive
la controla. Esto se aprecia con mayor nitidez allí donde una empresa
tiene influencia decisiva sobre la economía y la población de una
determinada zona geográfica. Además de los instrumentos jurídicos y la
evolución jurisprudencial el avance de estas causas requiere el
involucramiento de los tres poderes del Estado y el invalorable
acompañamiento de organizaciones no gubernamentales. Esta es la única
forma de superar los obstáculos derivados de la desidia o confusión de
roles de ciertos actores judiciales (como los planteos dilatorios), o
extrajudiciales (como el temor en las poblaciones circundantes a las
empresas, las declaraciones de solidaridad de instituciones
empresariales, las publicaciones periodísticas distorsivas). Estas
investigaciones y procesos judiciales que arrojan luz sobre los aspectos
sistémicos de la dictadura y los factores económicos que permitieron la
toma y conservación del poder por la Junta Militar y la prolongada
impunidad de sus crímenes “deben realizarse con respeto por el debido
proceso legal y las garantías constitucionales que caracterizan al
Estado de Derecho propio del sistema democrático”, concluyó.
La esperanza en España
El historiador español de la economía Fernando Mendiola, lamentó que
luego de la dictadura franquista el silencio y la impunidad hayan
prevalecido hasta 2001 y describió sus investigaciones sobre el mercado
laboral, incluyendo el trabajo esclavo en los ferrocarriles, la
infraestructura y la construcción. Banqueros y terratenientes
financiaron el golpe de 1936, ayudaron a los rebeldes, apoyaron las
expropiaciones y aprovecharon el trabajo forzado. Los salarios habían
crecido hasta 1936 y cayeron a partir de entonces. A diferencia de lo
sucedido en Alemania después de la guerra, en España no fue posible
realizar un censo de beneficiarios, ni abrir archivos ya que el
Ministerio de Defensa frenó la desclasificación de documentos, ni hubo
publicaciones realizadas por las empresas. Una luz de esperanza se
encendió con el proceso iniciado en Buenos Aires con apoyo de los
organismos argentinos de derechos humanos, a cargo de la jueza María
Servini. La abogada Lina Malagón, quien estuvo a cargo del departamento
de derechos laborales de la Comisión Colombiana de Juristas, analizó la
violencia antisindical en su país, que produjo tres mil asesinatos, 167
secuestros y 225 desapariciones de gremialistas entre 1980 y 2010, con
una impunidad del 98 por ciento. Entre las escasas excepciones está el
caso de la multinacional bananera Chiquita, que fue multada en Estados
Unidos por financiar a grupos paramilitares en Colombia. Marjorie
Jobson, de la organización sudafricana Khulumani, dijo que a 16 años de
publicado el informe de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación “la
gente está muy herida”, porque hubo diálogo pero sin reparación y “la
impunidad es total”. La abogada alemana Annelen Micus, del Centro
Europeo por los Derechos Humanos y Constitucionales, también presentó a
la Argentina como una excepción en el mundo. Narró un caso de la
multinacional suiza Nestlé en Colombia, y señaló el doble mensaje de la
justicia. “Las puertas se cierran cuando la demanda afecta a los
poderosos”, dijo. Sheldon Leader y Sabine Michalowski, del Proyecto de
Derechos Humanos de la Universidad de Essex y la Red de Justicia
Transicional, plantearon la necesidad de vincular los campos de la
Justicia Transicional y de la responsabilidad empresarial. Michalowski
presentó un amicus curiae en el caso de la complicidad de los bancos con
la dictadura argentina. Leader insistió en la responsabilidad de las
casas centrales sobre los actos de sus subsidiarias y objetó la doctrina
de la personalidad separada. Juan Pablo Bohoslavsky, flamante relator
sobre la deuda externa del Consejo de Derechos Humanos de las Naciones
Unidas, reclamó extender la atención no sólo sobre los bancos cuyos
créditos contribuyeron a perpetuar las dictaduras, sino también a los
organismos financieros internacionales como el FMI y el Consejo de
Seguridad de las Naciones Unidas.
Fuente:
Eduardo Basualdo. Estudios de historia económica argentina. Desde
mediados del siglo XX a la actualidad. Siglo Veintiuno Editores, 2013.
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