Fuente: Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales y Transnational Institute (CLACSO-TNI)
LA CRUEL PEDAGOGIA DEL VIRUS
Por BOAVENTURA DE SOUSA SANTOS
*Biblioteca masa crítica
CLACSO
NOTA EDITORIAL
Un mundo que atraviesa un tiempo de intensas
transformaciones requiere ser pensado en sus asuntos más acuciantes: las
múltiples formas en que se ejerce la violencia, el incesante aumento de la
desigualdad, los daños al ambiente y a los seres que habitan la Tierra, la
violación de los derechos humanos, la militarización de los territorios o
el impacto de una pandemia sobre el tejido social, especialmente en sus
sectores más vulnerables.
Lejos de documentar el pesimismo, aspiramos a construir
herramientas teóricas para transformar las situaciones de injusticia en un
ejercicio incesante que liga la teoría con la práctica.
El Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, con
el apoyo del Transnational Institute, pone a disposición de las y los
lectores una nueva colección de textos breves con los cuales esperamos
contribuir a entablar diálogos tanto en torno a nuevos y viejos interrogantes,
como a la búsqueda de respuestas originales a los problemas de nuestro
tiempo.
La biblioteca masa crítica reúne a intelectuales
que, desde una diversidad de perspectivas y tradiciones teóricas, han
contribuido a la forja del pensamiento crítico enlazando reflexiones sobre
tópicos y dilemas de nuestro presente histórico.
PRESENTACIÓN
por PAULA
MENESES
En el libro que presentamos Boaventura de Sousa Santos, a
partir del análisis de la actual pandemia de Covid-19, problematiza el impacto
de la cruel pedagogía del Virus.
Boaventura de Sousa Santos es profesor catedrático
jubilado y Director Emérito del Centro de Estudios Sociales de la Universidad
de Coimbra.
Es también co-coordinador del Curso Internacional
CES-CLACSO sobre las “Epistemologías del
Sur”. Profesor visitante en múltiples universidades y centros de investigación,
es uno de los principales pensadores críticos del mundo y sus libros han sido
traducidos a numerosos idiomas.
Esta publicación es el embrión de un libro más profundo
sobre nuestros contextos contemporáneos.
Como este autor señala, la pandemia actual solo empeora
una situación de crisis a la que ha sido sometida la población mundial, en un
contexto en que ‘el capitalismo neoliberal ha incapacitado al Estado para
responder a emergencias’.
La vida humana, señala este intelectual, representa solo el 0.01% de la vida existente en la Tierra.
La defensa de la vida en nuestro planeta en su conjunto
es la condición para la continuación de la vida de la humanidad. Según
Boaventura de Sousa Santos, la idea conservadora de que no hay alternativa a la
forma de vida impuesta por el hipercapitalismo en el que vivimos se desmorona.
Y concluye afirmando que ‘las alternativas entrarán, cada vez con más
frecuencia, en la vida de los ciudadanos a través de la puerta trasera de
crisis pandémicas, desastres ambientales y colapsos financieros’. Para
Boaventura de Sousa Santos salvar nuestro planeta requiere ir más allá del
marco de referencia eurocéntrico, reconociendo la pluralidad de modos de
adquisición de conocimiento (que incluye el conocimiento científico), lo que
Boaventura de Sousa Santos llamó las Epistemologías
del Sur.
Las Epistemologías del Sur, como señala
Boaventura de Sousa Santos están interesadas en la producción y validación del
conocimiento que surge a través de los actos de resistencia de los grupos
sociales sometidos a la injusticia, opresión o destrucción sistemática en manos
del capitalismo, el colonialismo y el
patriarcado. El vasto y diverso conjunto de estas experiencias constituye
lo que él llama un Sur epistemológico
múltiple.
Boaventura de Sousa Santos termina el libro con un
mensaje de esperanza, afirmando que es posible superar la cuarentena impuesta por
el capitalismo-colonial y patriarcal ‘cuando seamos capaces de imaginar el
planeta como nuestro hogar común y a la naturaleza como nuestra madre original,
a quien le debemos amor y respeto.
No nos pertenece. Le pertenecemos a ella. Cuando superemos
esa cuarentena, seremos más libres ante las cuarentenas provocadas por las
pandemias’.
Boaventura de
Sousa Santos
El virus: todo
lo que es sólido se desvanece en el aire
Existe un debate en las ciencias sociales sobre si la
verdad y la calidad de las instituciones de una sociedad determinada se conocen
mejor en situaciones normales, de normal funcionamiento, o en situaciones
excepcionales, de crisis. Tal vez ambos tipos de situaciones sean inductores de
conocimiento, pero sin duda nos permiten conocer o revelan cosas diferentes.
¿Qué conocimiento potencial proviene de la pandemia de coronavirus?
La
normalidad de la excepción
La pandemia actual no es una situación de crisis
claramente opuesta a una situación normal. Desde la década de los ochenta, a
medida que el neoliberalismo se impuso como la versión dominante del
capitalismo y este se sometió cada vez más a la lógica del sector financiero,
el mundo ha vivido en un estado de crisis permanente. Una situación doblemente
anormal. Por un lado, la idea de una crisis permanente es un oxímoron, ya
que, en el sentido etimológico, la crisis es, por naturaleza, excepcional y temporal,
y constituye una oportunidad de superación para originar un mejor estado de
cosas. Por otro lado, cuando la crisis es pasajera, debe explicarse por los
factores que la provocan. Sin embargo, cuando se vuelve permanente, la crisis
se convierte en la causa que explica todo lo demás.
Por ejemplo, la crisis financiera permanente se utiliza
para explicar los recortes en las políticas sociales (salud, educación, seguridad
social) o la degradación salarial. Así, impide preguntar sobre las causas
reales de la crisis. El objetivo de la crisis permanente no se debe resolver.
Pero, ¿cuál es el propósito de este objetivo?
Básicamente, hay dos: legitimar la escandalosa concentración
de riqueza y boicotear medidas efectivas para prevenir una inminente catástrofe
ecológica. Así hemos vivido durante los últimos cuarenta años. Por esta razón,
la pandemia solo agrava una situación de crisis a la que ha sido sometida la
población mundial. Es por ello que implica un peligro específico. En muchos
países, los servicios de salud pública estaban mejor preparados para
enfrentar la pandemia hace diez o veinte años de lo que lo están hoy.
La
elasticidad de lo social
En cada época histórica, las formas de vida dominantes (trabajo,
consumo, ocio, convivencia) y las maneras de anticipar o posponer la muerte son
relativamente rígidas y parecen derivar de reglas escritas en el corazón de la
naturaleza humana. Es cierto que se modifican de forma paulatina, pero los cambios
casi siempre pasan desapercibidos. El brote de una pandemia no se corresponde
con este retraso. Requiere cambios drásticos. Y de repente, se vuelven posibles
como si siempre lo hubiesen sido. Es posible quedarse en casa y tener tiempo
para leer un libro y pasar más tiempo con los niños, consumir menos, prescindir
del vicio de pasar tiempo en los centros comerciales, mirar lo que está a la
venta y olvidar todo lo que uno quiere, pero solo puede obtener por medios
distintos a la compra.
Se desmorona la idea conservadora de que no hay
alternativa a la forma de vida impuesta por el hipercapitalismo en el que
vivimos. Queda en evidencia que no hay alternativas porque el sistema político
democrático ha sido forzado a dejar de discutir alternativas. Al haber sido
expulsadas del sistema político, las alternativas entrarán cada vez más con
mayor frecuencia en la vida de los ciudadanos y lo harán por la puerta de atrás
de las crisis pandémicas, los desastres ambientales y los colapsos financieros.
Es decir, las alternativas volverán de la peor manera posible.
La
fragilidad de lo humano
La aparente rigidez de las soluciones sociales crea en
las clases que las aprovechan al máximo una extraña sensación de seguridad. Es
cierto que siempre existe cierta inseguridad, pero se cuenta con medios y
recursos para minimizarla, ya sea atención médica, pólizas de seguro, servicios
de compañías de seguridad, terapia psicológica, gimnasios. Esta sensación de
seguridad se combina con el sentimiento de arrogancia e incluso de condena de
quienes se sienten víctimas de las mismas soluciones sociales.
El brote viral pulveriza el sentido común y evapora la
seguridad de un día para el otro. Sabemos que la pandemia no es ciega y tiene
objetivos privilegiados, pero aun así crea una conciencia de comunión
planetaria, de alguna manera democrática.
La etimología del término pandemia dice exactamente eso: reunión del pueblo. La tragedia es que,
en este caso, para demostrar solidaridad lo mejor es aislarnos y evitar tocar a
otras personas. Es una extraña comunión de destinos. ¿Serán posibles
otras?
Los fines no
justifican los medios
La desaceleración de la actividad económica,
especialmente en el país más grande y dinámico del mundo, tiene consecuencias
negativas obvias. Pero también posee algunas positivas. Por ejemplo, la
disminución de la contaminación atmosférica. Un especialista en calidad
del aire de la agencia espacial estadounidense (NASA) dijo que nunca se había
visto una caída tan dramática en la contaminación de un área tan vasta. ¿Acaso
quiere decir que a comienzos del siglo XXI la única forma de evitar la
inminente catástrofe ecológica es a través de la destrucción masiva de la vida
humana? ¿Hemos perdido la imaginación preventiva y la capacidad política para
ponerla en práctica?
También se sabe que, para controlar efectivamente la
pandemia, China ha implementado métodos de represión y vigilancia
particularmente estrictos. Cada vez es más evidente que las medidas han sido
efectivas. Pero China, a pesar de todos sus méritos, no es un país democrático.
Es muy cuestionable que dichas medidas puedan implementarse o tengan la misma
efectividad en un país democrático. ¿Significa que la democracia carece de la
capacidad política para responder a emergencias?
Por el contrario, The Economist mostró a
principios de este año que las epidemias tienden a ser menos letales en los
países democráticos debido a la libre divulgación de información.
Pero como las democracias son cada vez más vulnerables a
las fake news, tendremos que imaginar soluciones democráticas basadas en
la democracia participativa a nivel de los vecindarios y las comunidades, y en
la educación cívica orientada a la solidaridad y cooperación, y no hacia el
emprendedurismo y la competitividad a toda costa.
La guerra de
la que se hace la paz
La forma en que se construyó inicialmente la narrativa
sobre la pandemia en los medios de comunicación occidentales evidenció el afán
de demonizar a China. Las malas condiciones higiénicas en los mercados chinos y
los extraños hábitos alimentarios de los chinos (primitivismo insinuado) eran
el origen del mal.
Subliminalmente, el público mundial fue alertado sobre el
peligro de que China, que hoy es la segunda economía mundial, domine al mundo.
Si China era incapaz de prevenir semejan- te daño a la salud mundial y, además,
de superarlo de manera efectiva, ¿cómo podríamos confiar en la tecnología del
futuro propuesta por China? ¿Pero el virus se originó en China?
La verdad es que, según la Organización Mundial de la
Salud, el origen del virus aún no se ha determinado. Por lo tanto, es
irresponsable que los medios oficiales en los Estados Unidos hablen del “virus
extranjero” o incluso del “coronavirus chino”, especialmente porque solo en
países con buenos sistemas de salud pública (Estados Unidos no es uno de ellos)
es posible hacer pruebas gratuitas y determinar con precisión los tipos de
influenza que se dieron en los últimos meses. Lo que sabemos con certeza es
que, mucho más allá del coronavirus, existe una guerra comercial entre China y
Estados Unidos, una guerra sin cuartel que, como todo parece indicar, acabará
con un vencedor y un vencido.
Desde el punto de vista de los Estados Unidos, existe una
necesidad urgente de neutralizar el liderazgo de China en cuatro áreas:
·
la fabricación de
teléfonos móviles,
·
las telecomunicaciones
de quinta generación (inteligencia artificial),
·
los automóviles
eléctricos y
·
las energías
renovables.
La
sociología de las ausencias
Una pandemia de esta dimensión causa conmoción en todo el
mundo. Aunque la dramatización está justificada, es bueno tener en cuenta las
sombras que crea la visibilidad.
Por ejemplo, Médicos sin Fronteras advierte la extrema
vulnerabilidad al virus de los miles de refugiados e inmigrantes detenidos en
centros de internamiento en Grecia. En uno de ellos (campo de Moria), hay un
grifo de agua para 1300 personas y no hay jabón. Los refugiados viven
hacinados. Familias de cinco o seis personas duermen en un espacio de menos de
tres metros cuadrados. Esto también es parte de Europa, es la Europa invisible.
Como estas condiciones también prevalecen en la frontera sur de los Estados
Unidos, hay también allí una América invisible.
Y las zonas de invisibilidad podrán multiplicarse en muchas
otras regiones del mundo, y tal vez incluso aquí, muy cerca de cada uno de
nosotros. Quizá baste abrir la ventana.
La trágica
transparencia del virus
Los debates culturales, políticos e ideológicos de
nuestro tiempo tienen una extraña opacidad que se deriva de su distancia de la
vida cotidiana de la gran mayoría de la población, los ciudadanos comunes, «la
gente de a pie», como dicen los latinoamericanos. En particular, la política,
que debía mediar entre las ideologías y las necesidades y aspiraciones de los
ciudadanos, ha renunciado a esta función. El único rastro de esa mediación se
observa en las necesidades y aspiraciones del mercado, ese mega ciudadano
formidable y monstruoso que nadie jamás vio, tocó ni olió, un ciudadano extraño
que solo tiene derechos y ningún deber. Es como si la luz que proyecta nos
cegase. De repente, irrumpe la pandemia, la luz de los mercados se desvanece y,
de la oscuridad con la que siempre nos amenazan si no les rendimos pleitesía,
surge una nueva claridad. La claridad pandémica y las apariciones en las
que se materializa. Lo que nos permite ver y cómo se interpreta y evalúa
determinarán el futuro de la civilización en la que vivimos. Estas apariciones,
a diferencia de otras, son reales y llegaron para quedarse.
La pandemia
es una alegoría
El significado literal de la pandemia de coronavirus es
el miedo caótico generalizado y la muerte sin fronteras causados por un enemigo
invisible. Pero lo que expresa es mucho más que eso. Estos son algunos de los
significados que surgen de ella. El todopoderoso invisible puede ser infinitamente
grande (el dios de las religiones escritas en los libros) o infinitamente pequeño
(el virus). En los últimos tiempos, ha surgido otro ser todopoderoso invisible,
ni grande ni pequeño, pero deformado: los mercados. Al igual que el virus, es
insidioso e impredecible en sus mutaciones y, como dios (Santísima Trinidad,
encarnaciones), es uno y muchos. Se expresa en plural, pero es singular.
A diferencia de dios, el mercado es omnipresente en este mundo y no en el más allá.
Y, a diferencia del virus, es una bendición para los
poderosos y una maldición para todos los demás (la gran mayoría de los
humanos y la totalidad de la vida no humana). A pesar de ser omnipresentes,
todos estos seres invisibles tienen espacios de recepción específicos: el
virus, en los cuerpos; dios, en los templos; los mercados, en las bolsas de
valores. Fuera de estos espacios, el ser humano es un ser sin hogar
trascendental.
Sujeto a tantos seres impredecibles y todopoderosos, el
ser humano y toda la vida no humana de la que depende son inminentemente frágiles.
Si todos estos seres invisibles permanecen activos, la vida humana pronto será
(o ya es) una especie en peligro de extinción.
Está sujeta a un orden escatológico y se acerca al fin.
La intensa teología que se teje alrededor de esta escatología contempla
varios niveles de invisibilidad e imprevisibilidad.
El dios, el virus y los mercados son las formulaciones
del último reino, el más invisible e impredecible, el reino de la gloria
celestial o la perdición infernal. Solo ascienden a él aquellos que se salvan,
los más fuertes (los más santos, los más jóvenes, los más ricos). Debajo de ese
reino está el reino de las causas. Es el reino de las mediaciones entre lo
humano y lo no humano. En este reino, la invisibilidad es menos rara, pero es
producida por luces intensas que proyectan sombras densas sobre él.
Este reino está compuesto por tres unicornios. Sobre el
unicornio, Leonardo da Vinci escribió: «El unicornio, por su intemperancia e
incapacidad para dominarse a sí mismo, y debido al deleite que le brindan las
doncellas, olvida su ferocidad y salvajismo. Deja de lado la desconfianza, se
acerca a la doncella sentada y se duerme en su regazo. De esa manera, los
cazadores logran cazarlo». En otras palabras, el unicornio es un todopoderoso
feroz y salvaje que, sin embargo, tiene un punto débil, sucumbe a la astucia de
todo el que logre identificarlo.
Desde el siglo XVII los tres unicornios han sido: el capitalismo, el colonialismo y el
patriarcado.
Estos son los principales modos de dominación. Para
dominar efectivamente, tienen que ser imprudentes, feroces e incapaces de
ser dominados, como advierte Da Vinci. A pesar de ser omnipresentes en la vida
de los humanos y las sociedades, son invisibles en su esencia y en la
articulación esencial entre ellos. La invisibilidad proviene de un sentido
común inculcado en los seres humanos por la educación y el adoctrinamiento
permanentes. Este sentido común es, al mismo tiempo, evidente y contradictorio.
Todos los seres humanos son iguales (afirma el capitalismo); pero, como existen
diferencias naturales entre ellos, la igualdad entre los inferiores no puede
coincidir con la igualdad entre los superiores (afirman el colonialismo y el
patriarcado).
Este sentido común es antiguo y fue debatido por
Aristóteles, pero no fue hasta el siglo XVII que se introdujo en la vida de las
personas de a pie, primero en Europa y luego en el resto del mundo.
Al contrario de lo que piensa Da Vinci, la ferocidad de
estos tres unicornios no se basa solo en la fuerza bruta. Además, se
sustenta en la astucia que les permite desaparecer cuando aún están vivos, o
parecer débiles cuando permanecen fuertes. La primera astucia se revela en
múltiples artimañas. Así, el capitalismo parecía haber desaparecido en una
parte del mundo con la victoria de la Revolución Rusa. Sin embargo, simplemente
hibernó dentro de la Unión Soviética y continuó controlando desde afuera
(capitalismo financiero, contrainsurgencia).
Hoy, el capitalismo adquiere mayor vitalidad en el
corazón de su mayor enemigo, el comunismo, en un país que pronto será la primera
economía del mundo: China.
A su vez, el colonialismo ocultó su desaparición con la
independencia de las colonias europeas, pero, de hecho, continuó metamorfoseándose
en neocolonialismo, imperialismo, dependencia, racismo, etc. Finalmente, el
patriarcado parece estar muriendo o debilitándose debido a las importantes
victorias de los movimientos feministas en las últimas décadas, pero, de
hecho, la violencia doméstica, la discriminación machista y el feminicidio
aumentan constantemente. La segunda astucia consiste en la aparición del capitalismo,
el colonialismo y el patriarcado como entidades separadas que no tienen nada
que ver entre sí. La verdad es que ninguno de estos unicornios separados tiene
el poder de dominar. Solo los tres juntos son todopoderosos. Es decir, mientras
haya capitalismo, habrá colonialismo y patriarcado.
El tercer reino es el de las consecuencias. Es el reino
en el que los tres poderes todopoderosos muestran su verdadero rostro. Esta es
la capa que la gran mayoría de la población logra ver, aunque con cierta
dificultad. Este reino tiene hoy dos paisajes principales donde lo siguiente es
más visible y cruel: la concentración escandalosa de riqueza/desigualdad social
extrema y la destrucción de la vida en el planeta/la inminente catástrofe
ecológica. Es ante estos dos paisajes brutales que los tres seres todopoderosos
y sus mediaciones muestran hacia dónde nos llevan si continuamos considerándolos
todopoderosos. ¿Pero son todopoderosos? ¿O será que su omnipotencia solo es el
espejo de la incapacidad inducida por los humanos para luchar contra ellos? Esa
es la cuestión.
La realidad
suelta y la excepcionalidad de la excepción
La pandemia otorga una libertad caótica a la realidad y
cualquier intento de aprisionarla analíticamente está condenado al fracaso, ya
que la realidad siempre va por delante de lo que pensamos o sentimos sobre
ella. Teorizar o escribir sobre ella es poner nuestras categorías y nuestro
lenguaje al borde del abismo. Como diría André Gide, es concebir a la sociedad
contemporánea y su cultura dominante como una «puesta en abismo». Los
intelectuales son los que más deberían temer esta situación. Al igual que con
los políticos, los intelectuales, en general, también dejaron de mediar entre
las ideologías, las necesidades y las aspiraciones de los ciudadanos comunes.
Median entre ellos, entre sus pequeñas y grandes diferencias ideológicas.
Escriben sobre el mundo, pero no con el mundo. Hay pocos intelectuales
públicos, y estos tampoco escapan al abismo de estos días.
La generación que nació o creció después de la Segunda
Guerra Mundial se acostumbró a tener un pensamiento excepcional en tiempos
normales. Ante la crisis pandémica, les resulta difícil pensar en la excepción
en tiempos excepcionales. El problema es que la práctica caótica y esquiva de
los días va más allá de la teorización y debe ser entendida en términos de
subteorización. En otras palabras, como si la claridad de la pandemia creara
tanta transparencia que nos impidiera leer y mucho menos reescribir lo que
estábamos registrando en la pantalla o en papel. Daré dos ejemplos.
Tan pronto como estalló la crisis pandémica, Giorgio
Agamben se rebeló contra el peligro del surgimiento de un Estado de excepción.
El Estado, al tomar medidas para vigilar y restringir la movilidad con el
pretexto de combatir la pandemia, adquiriría poderes excesivos que pondrían en
peligro la democracia misma. Esta advertencia tiene sentido y fue premonitoria
en relación con algunos países, a saber, Hungría. Pero fue escrita en un
momento en que los ciudadanos, presos del pánico, se dieron cuenta de que
los servicios nacionales de salud no estaban preparados para combatir la
pandemia y exigieron que el Estado tomara medidas efectivas para prevenir la
propagación del virus.
La reacción no tardó en llegar y Agamben debió dar marcha
atrás. En otras palabras, la excepcionalidad de esta excepción no le permitió
pensar que hay excepciones y excepciones, y que, por lo tanto, en el futuro no
solo tendremos que distinguir entre Estado democrático y Estado de excepción,
sino también entre Estado de excepción
democrático y Estado de excepción antide-
mocrático.
El segundo ejemplo se refiere a Slavoj Žižek, quien al
mismo tiempo declaró que la pandemia demostró que el «comunismo global» era la
única solución futura. La propuesta estaba alineada con sus teorías planteadas
en tiempos normales, pero fue completamente irrazonable en tiempos de excepción
excepcional. Él también tuvo que reconsiderarlo. Por muchas razones, he argumentado
que ha concluido el momento de los intelectuales de vanguardia. Los intelectuales
deben aceptarse como intelectuales de retaguardia, deben estar atentos a
las necesidades y aspiraciones de los ciudadanos comunes y teorizar a partir de
ellas. De lo contrario, los ciudadanos estarán indefensos ante los únicos que
saben hablar su idioma y entienden sus preocupaciones. En muchos países, estos
son pastores evangélicos conservadores o imanes islámicos radicales, apologistas
de la dominación capitalista, colonialista y patriarcal.
Al sur de la
cuarentena
Cualquier
cuarentena es siempre discriminatoria, más difícil para algunos grupos sociales que para
otros, e imposible para un vasto grupo de cuidadores, cuya misión es hacer
posible la cuarentena para toda la población. En este capítulo, sin embargo,
analizo otros grupos para los que la cuarentena es particularmente difícil. Son
los grupos que tienen en común una vulnerabilidad especial que precede a la
cuarentena y se agrava con ella. Tales grupos componen lo que denomino «el
sur». En mi opinión, el sur no designa un espacio geográfico, sino un
espacio-tiempo político, social y cultural. Es una metáfora del sufrimiento
humano injusto causado por la explotación capitalista, la discriminación racial
y la discriminación sexual.
Pretendo analizar la cuarentena desde la perspectiva de
los y las que más han sufrido estas formas de dominación, e imaginar, también
desde su perspectiva, los cambios sociales que se requerirán cuando finalice la
cuarentena.
Hay muchos colectivos sociales de este tipo. Seleccioné
algunos.
Las mujeres
La cuarentena será particularmente difícil para las
mujeres y, en algunos casos, puede ser peligrosa. Las mujeres son consideradas
«las cuidadoras del mundo», prevalecen en la prestación de cuidados dentro y
fuera de las familias. Prevalecen en profesiones como enfermería o asistencia
social, que estarán en la primera línea de atención a los enfermos y ancianos
dentro y fuera de las instituciones. No pueden defenderse con una cuarentena
para garantizar la cuarentena de los demás. También son quienes tienen a su
cargo el cuidado de las familias de manera exclusiva o mayoritaria. Podríamos
suponer que, al haber más manos en casa durante la cuarentena, las tareas
podrían estar mejor distribuidas. Sospecho que no será así debido al machismo
que prevalece y quizás se refuerza en momentos de crisis y confinamiento
familiar. Con los niños y otros miembros de la familia en el hogar durante todo
el día, el estrés será mayor y ciertamente recaerá más en las mujeres.
El aumento en el número de divorcios en algunas ciudades
chinas durante la cuarentena puede ser un indicador de lo que acabo de decir.
Por otro lado, se sabe que la violencia contra las mujeres tiende a aumentar en
tiempos de guerra y crisis, y ahora ha aumentado. Una buena parte de esta
violencia ocurre en el espacio doméstico. El confinamiento de familias en
espacios reducidos, sin salida, puede generar más oportunidades para el
ejercicio de la violencia contra las mujeres. El periódico francés Le Figaro
informó el 26 de marzo, basado en información del Ministerio del Interior,
que la violencia conyugal había aumentado en un 36 % en París la semana
anterior.
Los
trabajadores precarizados, informales, llamados autónomos
Después de cuarenta años de ataque a los derechos de los
trabajadores en todo el mundo por parte de políticas neoliberales, este grupo de trabajadores prevalece a nivel mundial,
aunque las diferencias de un país a otro son muy significativas.
¿Qué implicará la
cuarentena para estos trabajadores, que tienden a ser los primeros en ser
despedidos cada vez que hay una crisis económica? El sector de servicios, donde
abundan, será una de las áreas más afectadas por la cuarentena. El 23 de marzo,
India declaró la cuarentena durante tres semanas para 1.300 millones de personas.
Teniendo en cuenta que en India entre el 65 % y el 70 % de los trabajadores
pertenecen a la economía informal, se estima que 300 millones de indios no tuvieron
ingresos. En América Latina, alrededor del 50 % de los trabajadores están
empleados en el sector informal. Asimismo, en el caso de Kenia o Mozambique,
debido a los programas de ajuste estructural en las décadas de los ochenta y
noventa, la mayoría de los trabajadores son informales, es decir, dependen de
un salario diario. Incluso aquellos con empleo formal poseen pocos beneficios
contractuales.
La recomendación que hizo la OMS acerca de trabajar en
casa y autoaislarse es impracticable, ya que obliga a los trabajadores a elegir
entre ganar el pan de cada día o quedarse en casa y pasar hambre. Las
recomendaciones de la OMS parecen haber sido diseñadas con una clase media en
mente, que es una pequeña fracción de la población mundial. ¿Qué significa la
cuarentena para los trabajadores que ganan cada día lo que necesitan para vivir
ese día? ¿Se arriesgarán a desobedecer a la cuarentena para alimentar a su
familia? ¿Cómo resolverán el conflicto entre el deber de alimentar a su familia
y el de proteger sus vidas y las de sus familiares?
Morir a causa
del virus o morir de hambre, esa es la opción.
Vendedores
ambulantes
Los trabajadores de la vía pública son un grupo
específico de trabajadores precarios. Para ellos, el «negocio», es decir, la
subsistencia, depende exclusivamente de la calle, de quien pase por ella y de
su decisión de detenerse y comprar algo, lo que es siempre impredecible para el
vendedor. Los vendedores han estado en cuarentena en la calle durante mucho
tiempo, pero en la calle con gente. El impedimento de trabajar para quienes venden
en los mercados informales de las grandes ciudades significa que potencialmente
millones de personas ni siquiera tendrán el dinero para concurrir a los centros
de salud si se enferman o para comprar desinfectante para manos ni jabón. Los
que tienen hambre no pueden darse el lujo de comprar jabón y agua a precios
producto de la especulación. En otros contextos, existen las personas
uberizadas de la economía informal que entregan alimentos y paquetes a domicilio.
Ellos son los que garantizan la cuarentena de muchos, pero no pueden
protegerse. Su «negocio» aumentará tanto como el riesgo al que se
exponen.
Personas sin hogar o que viven en la calle
¿Cómo será la cuarentena para aquellos que no tienen
hogar? Para aquellos que pasan sus noches en viaductos, en estaciones
de subterráneo o tren abandonadas, en túneles de aguas pluviales o de
alcantarillado en tantas ciudades del mundo. En los Estados Unidos los llaman tunnel
people. ¿Cómo será la cuarentena en los túneles? ¿No han pasado toda su
vida en cuarentena? ¿Se sentirán más libres que aquellos que ahora se ven
obligados a vivir en casa? ¿Verán la cuarentena como una forma de justicia
social?
Residentes de las periferias pobres de las ciudades,
favelas, asentamientos informales, slums, barrios de caniço,1
etc.
Según datos de ONU Hábitat, 1.600 millones de personas no
tienen una vivienda adecuada y el 25 % de la población mundial vive en barrios
informales sin infraestructura ni saneamiento básico, sin acceso a servicios
públicos, con escasez de agua y electricidad.
Viven en espacios reducidos donde se aglomeran familias
numerosas. En resumen, habitan en la ciudad sin derecho a la ciudad, ya que,
al vivir en áreas desurbanizadas, no tienen acceso a las condiciones
urbanas presupuestas por el derecho a la ciudad. Dado que muchos habitantes son
trabajadores informales, se enfrentan a la cuarentena con las mismas
dificultades mencionadas anteriormente. Pero además, dadas las condiciones
habitacionales, ¿podrán cumplir con las normas de prevención recomendadas por
la OMS?
¿Podrán mantener la distancia interpersonal en los
espacios de vivienda reducidos donde la privacidad es casi imposible? ¿Podrán
lavarse las manos con frecuencia cuando la poca agua disponible debe guardarse
para beber y cocinar? ¿El confinamiento en una vivienda tan pequeña no supondrá
otros riesgos para la salud tanto o más graves que los causados por el virus?
Muchos de estos barrios ahora cuentan con una fuerte presencia policial y, a
veces, están sitiados por las fuerzas militares con el pretexto de combatir el
delito. ¿No será esta la cuarentena más dura para estas poblaciones? ¿Los
jóvenes de las favelas de Río de Janeiro, a quienes la policía siempre
les ha impedido ir a la playa de Copacabana los domingos para no molestar a los
turistas, no sentirán que ya estaban en cuarentena? ¿Cuál es la diferencia
entre la nueva cuarentena y la original, que siempre ha sido su forma de vida?
En Mathare, uno de los barrios periféricos en el que habitan personas de bajos
ingresos en Nairobi, Kenia, viven 68.941 personas viven en un kilómetro cuadrado.
Como en muchos contextos similares en el mundo, las familias comparten una
habitación que también es cocina, dormitorio y sala de estar. ¿Cómo se les
puede pedir autoaislamiento?
¿Es posible el autoaislamiento en un contexto de heteroaislamiento
permanente impuesto por el Estado?
Cabe señalar que para los habitantes de las periferias
más pobres del mundo, la emergencia sanitaria actual se combina con muchas
otras emergencias. Según informan los compañeros y las compañeras de La Garganta
Poderosa, uno de los movimientos sociales más notables de los barrios
populares de América Latina, además de la emergencia de salud causada por la
pandemia, los residentes enfrentan varias otras emergencias. Este es el caso de
la emergencia sanitaria resultante de otras epidemias aún no resueltas y de la
falta de atención médica. Este año, ya se han registrado 1833 casos de
dengue en Buenos Aires.
Solo en la Villa 21, uno de los barrios más pobres de
Buenos Aires, hubo 214 casos. «Casualmente», en la Villa 21, el 70 % de la población
no tiene agua potable. Este es también el caso de la emergencia alimentaria,
porque hay hambre en los barrios y las formas comunitarias de superarlo
(comedores populares, merenderos) colapsan ante el dramático aumento de la
demanda. Si las escuelas cierran, desaparece la merienda escolar que garantiza
la supervivencia de los niños. Por último, surge el problema de la violencia
doméstica, que es particularmente grave en los barrios, así como la permanente
violencia policial y la estigmatización que esta conlleva.
Los internos
en los campos de internamiento para refugiados, los inmigrantes indocumentados
o las poblaciones desplazadas internamente.
Según cifras de la ONU, se trata de 70 millones de
personas.
Son poblaciones que, en su mayor parte, viven en
cuarentena permanente y, para ellas, la nueva cuarentena significa poco como
regla de confinamiento. Pero los peligros que enfrentan si el virus se propaga
entre ellos serán fatales e incluso más graves que los que afrontan las
poblaciones de las periferias pobres. Por ejemplo, en Sudán del Sur, donde más
de 1,6 millones de personas son desplazados internos, lleva horas, sino días,
llegar a los centros de salud, y la principal causa de muerte suele ser
prevenible, ya que es provocada por enfermedades para las que ya existen
medicamentos: malaria y diarrea. En el caso de los campos de internamiento en
las fronteras de Europa y Estados Unidos, la cuarentena causada por el virus
impone un deber ético humanitario de abrir las puertas de los campos de
internamiento siempre que no sea posible brindar en ellos las condiciones
mínimas de habitabilidad y seguridad que requiere la pandemia.
Los
discapacitados
Han sido víctimas de otra forma de dominación, además del
capitalismo, el colonialismo y el patriarcado: el capacitismo. Se trata de cómo
la sociedad los discrimina, ya que no reconoce sus necesidades especiales, no
les facilita el acceso a la movilidad ni las condiciones que les permitirían
disfrutar de la sociedad como cualquier otra persona. De alguna manera, sienten
que viven en una cuarentena permanente debido a las limitaciones que la
sociedad les impone. ¿Cómo vivirán la nueva cuarentena, especialmente cuando
dependen de alguien que debe romper la cuarentena para ayudarlos? Como hace
tiempo que están acostumbrados a vivir en condiciones de cierto confinamiento,
¿se sentirán ahora más libres que los «no discapacitados» o más iguales a
ellos? ¿Verán la nueva cuarentena como una especie de justicia social?
Los ancianos
Este grupo, particularmente numeroso en el norte global,
es generalmente uno de los más vulnerables, pero la vulnerabilidad no es
indiscriminada. De hecho, la pandemia requiere que seamos más precisos en los
conceptos que utilizamos. Después de todo, ¿quién se considera un anciano?
Según La Garganta Poderosa, la diferencia en la esperanza de vida entre
dos barrios de Buenos Aires (el barrio pobre de Zavaleta y el
barrio opulento de Recoleta) es de unos veinte años. No sorprende que los
líderes de estos barrios sean considerados de «edad madura» dentro de la
comunidad y como «líderes jóvenes» en la sociedad en general.
Las condiciones de vida prevalecientes en el norte global
han llevado a que una gran parte de ellos fuesen depositados (la palabra es
dura, pero es así) en residencias, hogares de ancianos, geriátricos. Según las
posibilidades propias o de la familia, estos alojamientos pueden ir desde
residencias de lujo hasta vertederos de desechos humanos. En tiempos normales,
los ancianos comenzaron a vivir en estos alojamientos como espacios que
garantizaban su seguridad.
En principio, la cuarentena causada por la pandemia no
debería afectar en gran medida su vida, dado que ya están en cuarentena
permanente. ¿Qué sucederá cuando, debido a la propagación del virus, esta zona
de seguridad se convierta en una zona de alto riesgo, como sucede en Portugal y
España? ¿Estarían más seguros si pudieran regresar a las casas donde vivieron
toda su vida, en el improbable caso de que aún existan? ¿Los familiares que, por su
propia conveniencia, los depositaron en estos lugares, sentirán remordimiento
por someter a sus ancianos a un riesgo que podría ser fatal? ¿Y las personas
mayores que viven aislados no estarán en mayor riesgo de morir sin que nadie se
dé cuenta? Al menos los ancianos que viven en los barrios más pobres del mundo
pueden morir por la pandemia, pero su muerte no pasará desapercibida. También
cabe señalar que, especialmente en el sur global, las epidemias anteriores han
significado que los ancianos tengan que prolongar su vida activa. Por ejemplo,
la epidemia del SIDA ha matado y sigue matando a padres jóvenes, por lo que son
los abuelos quienes quedan a cargo del hogar. Si los abuelos mueren, los niños
corren un riesgo muy alto de desnutrición y hambre, y final- mente de
muerte.
La lista de los que están al sur de la cuarentena está
lejos de ser exhaustiva. Basta pensar en los presos y las personas con
problemas de salud mental, como depresión. Pero los ejemplos seleccionados
muestran dos cosas. Por un lado, al contrario de lo que transmiten los medios
de comunicación y las organizaciones internacionales, la cuarentena no solo
hace más visibles, sino que también refuerza la injusticia, la discriminación,
la exclusión social y el sufrimiento inmerecido que provocan. Resulta que tales
asimetrías se vuelven más invisibles frente al pánico que se apodera de quienes
no están acostumbrados a él.
La intensa
pedagogía del virus: las primeras lecciones
Lección 1.
El tiempo político y mediático condiciona
cómo la sociedad contemporánea percibe los riesgos que corre.
Ese camino puede ser fatal. Las crisis graves y agudas,
cuya letalidad es muy significativa y rápida, movilizan a los medios de
comunicación y poderes políticos, y llevan a tomar medidas que, en el mejor de
los casos, resuelven las consecuencias de la crisis, pero no afectan sus
causas. Por el contrario, las crisis severas pero de progresión lenta tienden a
pasar desapercibidas incluso cuando su letalidad es exponencialmente mayor. La
pandemia de coronavirus es el ejemplo más reciente del primer tipo de crisis.
Mientras escribo esto, ya ha matado a unas 40.000 personas. La contaminación
atmosférica es el ejemplo más trágico del segundo tipo de crisis.
Como informó The Guardian el 5 de marzo, según la
Organización Mundial de la Salud, la contaminación atmosférica, que es solo una
de las dimensiones de la crisis ecológica, cada año mata a 7 millones de
personas. Según la Organización Meteorológica Mundial, el hielo antártico se
está derritiendo seis veces más rápido que hace cuatro décadas, y el hielo de
Groenlandia cuatro veces más rápido de lo previsto. Según la ONU, tenemos diez
años para evitar un aumento de 1,5 grados en la temperatura global en relación
con la era preindustrial y, en cualquier caso, sufriremos. A pesar de todo esto,
la crisis climática no genera una respuesta dramática y de emergencia como la
que está causando la pandemia. Lo peor es que, si bien la crisis pandémica puede
revertirse o controlarse de alguna manera, la crisis ecológica ya es
irreversible y ahora solo queda intentar mitigarla. Pero resulta aún más grave
el hecho de que ambas crisis están vinculadas. La pandemia de coronavirus es
una manifestación entre muchas del modelo de sociedad que comenzó a imponerse a
nivel mundial a partir del siglo XVII y que ahora está llegando a su etapa
final.
Este es el modelo que hoy está llevando a la humanidad a
una catástrofe ecológica. Ahora, una de las características esenciales de este
modelo es la explotación ilimitada de los re- cursos naturales. Esta
explotación está violando fatalmente el lugar de la humanidad en el planeta
Tierra. Esta violación se traduce en la muerte innecesaria de muchos seres
vivos en la Madre Tierra, nuestro hogar común, tal como lo defienden los pueblos
indígenas y campesinos de todo el mundo, hoy apoyados por los movimientos
ecologistas y la teología ecológica. Esta violación no quedará impune.
Las pandemias, como las manifestaciones de la crisis
ecológica, son el castigo que sufrimos por tal violación. No se trata de una
venganza de la naturaleza. Es pura defensa propia.
El planeta debe defenderse para garantizar su vida. La
vida humana es una parte ínfima (0,01%) de la vida planetaria a defender.
Lección 2.
Las pandemias no matan tan indiscriminadamente
como se cree.
Es evidente que son menos discriminatorias que otros
tipos de violencia cometidos en nuestra sociedad contra trabajadores
empobrecidos, mujeres, trabajadores precarios, negros, indígenas,
inmigrantes, refugiados, personas sin hogar, campesinos, ancianos, etc. Pero
discriminan tanto en términos de su prevención, como de su expansión y
mitigación.
Por ejemplo, en varios países, los ancianos son víctimas
del darwinismo social. Gran parte de la población mundial no está en condiciones
de seguir las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud para
defenderse del virus, ya que vive en espacios reducidos o muy contaminados,
porque está obligada a trabajar en condiciones de riesgo para alimentar a sus
familias, porque está detenida en cárceles o en campos de internamiento, porque
no tiene jabón ni agua potable, o la poca agua disponible es para beber y
cocinar, etc.
Lección 3.
Como modelo social, el capitalismo no tiene futuro.
En particular, su versión vigente (el neoliberalismo
combinado con el dominio del capital financiero) está desacreditada social y
políticamente ante la tragedia a la que condujo a la sociedad global y cuyas
consecuencias son más evidentes que nunca en este momento de crisis humanitaria
mundial.
El capitalismo puede subsistir como uno de los modelos
económicos de producción, distribución y consumo, entre otros, pero
no como el único, y mucho menos como el modelo que dicta la lógica de
acción del Estado y la sociedad. Esto es lo que ha sucedido en los últimos
cuarenta años, especialmente después de la caída del Muro de Berlín. Se impuso
la versión más antisocial del capitalismo: el neoliberalismo cada vez más
dominado por el capital financiero global. Esta versión del capitalismo sometió
a todas las áreas sociales (especialmente a la salud, educación y seguridad
social), al modelo de negocio de capital, es decir, las áreas de inversión
privada que deben gestionarse para generar el máximo beneficio para los
inversores. Este modelo deja de lado cualquier lógica de servicio público e ignora así los principios de ciudadanía y
derechos humanos.
Deja al Estado solo las áreas residuales, o a los
clientes poco solventes (a menudo la mayoría de la población) les deja aquellas
áreas que no generan ganancias. Como opción ideológica, siguió la demonización
de los servicios públicos (el Estado depredador, ineficiente o corrupto);
la degradación de las políticas sociales dictadas por las políticas de
austeridad con el pretexto de la crisis financiera del Estado; la privatización
de los servicios públicos y la sub-financiación de los restantes porque no ser
de interés para el capital. Y llegamos así al presente con estados que no
tienen la capacidad efectiva para responder de manera efectiva a la crisis humanitaria
que aqueja a sus ciudadanos. La brecha entre la economía de la salud y la salud
pública no podría ser mayor.
Los gobiernos con menos lealtad a las ideas neoliberales
son aquellos que actúan de manera más efectiva contra la pandemia, independientemente
del régimen político. Solo basta mencionar a Taiwán, Corea del Sur, Singapur y
China.
En este momento de conmoción, las instituciones
financieras internacionales (FMI), los bancos centrales y el Banco Central Europeo
están instando a los países a endeudarse más de lo que están para cubrir
los gastos de emergencia, si bien permiten extender los plazos de pago. El
futuro propuesto por estas instituciones solo pasará desapercibido para
algunos: la poscrisis estará dominada por más políticas de austeridad y una
mayor degradación de los servicios públicos en los casos donde aún sea
posible.
Es aquí donde la pandemia opera como un analista
privilegiado. Los ciudadanos ahora saben lo que está en juego. Habrá más pandemias
en el futuro, probablemente más graves, y las políticas neoliberales
continuarán socavando la capacidad de respuesta del Estado, y las poblaciones
estarán cada vez más indefensas. Semejante ciclo infernal solo puede
interrumpirse si se interrumpe el capitalismo.
Lección 4.
La
extrema derecha y la derecha hiperneoliberal han sido (con suerte) definitivamente
desacreditadas.
La extrema derecha ha crecido en todo el mundo. Se
caracteriza por el impulso antisistema, la manipulación grosera de los instrumentos
democráticos, incluido el sistema judicial, el nacionalismo excluyente, la
xenofobia y el racismo, la defensa de la seguridad que otorga el estado de
excepción, el ataque a la investigación científica independiente y la libertad
de expresión, la estigmatización de los opositores, concebidos como enemigos,
el discurso de odio, el uso de redes sociales para la comunicación política en
menosprecio de las herramientas y los medios convencionales. Defiende, en
general, el estado mínimo, pero aumenta los presupuestos militares y las
fuerzas de seguridad. Ocupa un espacio político que a veces le fue ofrecido por
el rotundo fracaso de los gobiernos provenientes de la izquierda que se
rindieron al catecismo neoliberal bajo la astuta o ingenua creencia en la
posibilidad de un capitalismo con rostro humano, un oxímoron que ha existido
siempre o, al menos, que existe hoy.
En algunos países, la extrema derecha se asocia a
versiones altamente politizadas y conservadoras de la religión, al evangelismo
pentecostal en varios países latinoamericanos, al catolicismo reaccionario en
Europa, al hinduismo político en India, al budismo radical en Myanmar, al islam
radical en Medio Oriente. Defiende las políticas neoliberales, a veces con
un extremismo superior a la ortodoxia del FMI. La extrema derecha coquetea con
los partidos convencionales de derecha y se enamora de ellos siempre que
necesitan apoyo para versiones menos extremas de las políticas neoliberales.
En la actual crisis humanitaria, los gobiernos de extrema
derecha o derecha neoliberal han fracasado más en la lucha contra la pandemia.
Ocultaron información, desprestigiaron a la comunidad científica, minimizaron
los posibles efectos de la pandemia, utilizaron la crisis humanitaria para el engaño
político.
Con el pretexto de salvar la economía, asumieron riesgos
irresponsables por los que, esperamos, serán responsabilizados.
Sugirieron que una dosis de darwinismo social sería
beneficiosa: la eliminación de sectores de la población que ya no son
de interés para la economía, ya sea como trabajadores o consumidores, es decir,
poblaciones desechables como si la economía pudiese prosperar sobre una pila de
cadáveres o cuerpos desprovistos de cualquier ingreso. Los ejemplos más llamativos
son Inglaterra, Estados Unidos, Brasil, India, Filipinas y Tailandia.
Lección 5. El
colonialismo y el patriarcado están vivos y se fortalecen en tiempos de crisis
aguda.
Las manifestaciones son múltiples y aquí se mencionan
algunas de ellas. Las epidemias (el nuevo coronavirus es la manifestación más
reciente de ellas) solo se convierten en problemas globales graves cuando
se ven afectadas las poblaciones de los países más ricos del norte global.
Así sucedió con la epidemia del SIDA.
En 2016, la malaria
mató a 405.000 personas, la enorme mayoría en África, y eso no fue noticia. Los
ejemplos podrían multiplicarse. Por otro lado, los cuerpos racializados y
sexualizados son siempre los más vulnerables ante el brote de una pandemia.
En principio, sus cuerpos son más vulnerables debido a
las condiciones de vida socialmente impuestas por la discriminación racial o
sexual a la que están sujetos. Cuando ocurre el brote, la vulnerabilidad
aumenta, ya que están más expuestos a la propagación del virus y se encuentran
en lugares donde nunca llega la atención médica: favelas y asentamientos
pobres de la ciudad, aldeas remotas, campos internamiento de refugiados,
prisiones, etc.
Realizan tareas que implican más riesgos, ya sea porque
trabajan en condiciones que no les permiten protegerse o porque son cuidadores
de las vidas de otros que sí cuentan con los medios para protegerse. Finalmente,
en situaciones de emergencia, las políticas de prevención o contención nunca
son de aplicación universal. Al contrario, son selectivos. Algunas veces son
abierta e intencionalmente adeptos al darwinismo social: proponen garantizar la
supervivencia de los cuerpos más valorados socialmente, los más aptos y los más
necesarios para la economía.
En otras ocasiones, olvidan o descuidan los cuerpos
menospreciados.
Lección 6.
El
regreso del Estado y la comunidad.
Los tres
principios de regulación de las sociedades modernas son el Estado, el mercado y
la comunidad.
En los últimos cuarenta años, el principio del mercado ha
recibido prioridad absoluta en detrimento del Estado y la comunidad. La
privatización de bienes sociales colectivos, como la salud, la educación, el
agua potable, la electricidad, los servicios postales y de telecomunicaciones,
y la seguridad social, fue solo la manifestación más visible de la
prioridad dada a la mercantilización de la vida colectiva. Más insidiosamente,
el propio Estado y la comunidad o sociedad civil comenzaron a ser gestionados y
evaluados por la lógica del mercado y por criterios de rentabilidad del
«capital social». Esto sucedió tanto en los servicios públicos como en los
servicios de solidaridad social. Fue así como las universidades públicas fueron
sometidas a la lógica del capitalismo universitario, con clasificaciones internacionales,
la proletarización productiva de los docentes y la transformación de los
estudiantes en consumidores de servicios universitarios. Así también surgieron
las alianzas público-privadas, casi siempre un mecanismo para transferir
recursos públicos al sector privado. De este modo, las organizaciones de
solidaridad social finalmente entraron en el comercio de la filantropía y del
cuidado.
Las pandemias muestran de forma cruel cómo el capitalismo
neoliberal incapacitó al Estado para responder a las emergencias. Las
respuestas que los Estados dan a la crisis varían de un Estado a otro,
pero ninguno puede disfrazar su incapacidad, su falta de previsibilidad en
relación con las emergencias que se anunciaron como inminentes y muy probables.
Estoy seguro de que en el futuro cercano esta pandemia
nos dará más lecciones y que siempre lo hará de manera cruel. Si seremos capaces
de aprender es una pregunta por ahora abierta.
El futuro puede
comenzar hoy
La pandemia y la cuarentena revelan que hay alternativas
posibles, que las sociedades se adaptan a nuevas formas de vida cuando es
necesario y se trata del bien común.
Esta situación es propicia para pensar en alternativas a
las formas de vivir, producir, consumir y convivir en los primeros años del
siglo XXI. En ausencia de tales alternativas, no será posible prevenir la
irrupción de nuevas pandemias que, por cierto, como todo sugiere, pueden ser
aún más letales que la actual. Seguramente no falten ideas sobre posibles
alternativas, pero ¿pueden conducir a una acción política para lograrlas? A
corto plazo, lo más probable es que, después de que termine la cuarentena, las
personas se quieran asegurar de que el mundo que conocieron no haya desaparecido.
Volverán a las calles impacientes, ansiosos por circular libremente otra vez.
Irán a jardines, restaurantes, centros comerciales, visitarán a familiares
y amigos, regresarán a rutinas que, por más que hayan sido tediosas y
monótonas, ahora parecerán tranquilas y seductoras.
Sin embargo, volver a la «normalidad» no será igual de
fácil para todos. ¿Cuándo se reconstituirán las ganancias anteriores? ¿Estarán
los empleos y salarios esperándolos y disponibles? ¿Cuándo se recuperarán los
retrasos educativos y profesionales?
¿Desaparecerá el estado de excepción creado para
responder a la pandemia tan rápido como la pandemia?
En los casos en que se hayan adoptado medidas de
protección para defender la vida por encima de los intereses económicos, ¿el
retorno a la normalidad implicará dejar de priorizar la defensa de la vida?
¿Habrá un deseo de pensar en alternativas cuando la alternativa que se busca es
la normalidad que existía antes de la cuarentena? ¿Se pensará que esta
normalidad fue la que condujo a la pandemia y conducirá a otras en el
futuro?
Al contrario de lo que uno podría pensar, el período inmediato
posterior a la cuarentena no será favorable para discutir alternativas, a menos
que la normalidad a la que las personas quieran regresar no sea posible.
[1]
Los “barrios de caniço” son asentamientos de los suburbios de Mozambique
no aptos para la construcción de viviendas. También se los conoce como los
“barrios de caña” (ya que es el material utilizado en la construcción de la
mayoría de las chozas y así se los diferencia de la “ciudad de cemento”).
No hay comentarios:
Publicar un comentario