PERDER EL JUICIO
Hay algo de lo festivo en medio del drama de enfermedad y muerte por el Covid que nos deja perplejos
Estamos presenciando escenas de la vida cotidiana que a muchos nos impresionan en su desmesura: la quema de barbijos, las aglomeraciones sin distanciamiento, el repudio a la adopción de conductas basadas en evidencias científicas, o la defensa de actitudes contrarias a los propios intereses, entre muchos otros. Pero al mismo tiempo de esa desmesura social se observan algunas decisiones políticas apoyadas mediáticamente, que por acción u omisión se enlazan con ella. En Tandil se decide seguir criterios de salud pública distintos a los provinciales. En Brasil, que el 11/9 era el segundo país en número de muertos por Covid (129.522) y tercero en el número de infectados (4.238.446), el Presidente Bolsonaro se manifiesta contra las medidas de aislamiento, uso de barbijos y vacunaciones, por considerarlas contrarias a la libertad. Esos fenómenos hacen pensar en una pérdida del juicio de muchas personas, algunas de ellas con responsabilidades colectivas.
Pandemia y salud mental
Entre abril y junio, diversas publicaciones dieron cuenta de que la información y conocimiento de la enfermedad y la muerte por Covid-19, así como el distanciamiento y el aislamiento, habían dado lugar en Estados Unidos a un aumento significativo de la sintomatología de ansiedad, angustia, trastorno depresivo y otros trastornos en salud mental, en comparación con años anteriores.
Del 7 al 13 de abril, una encuesta de la Universidad Johns Hopkins encontró que el 13.8% de 1.468 adultos de 18 años o más se sentía solo y con angustia aguda, por diferencia con una encuesta semejante de 2018 que había registrado un 11% en esa condición.
El 14 de agosto, los Centros de Control de Enfermedades de Atlanta (CDC, USA), publicaron los resultados de una encuesta llevada a cabo del 24 al 30 de junio sobre condiciones de salud mental adversas durante la pandemia. El 40.9% de los 5.470 encuestados respondieron manifestando sintomatología de trastorno de ansiedad o trastorno depresivo (30.9%), trastorno por trauma o stress relacionado con la pandemia (26.3%), e inicio o aumento en el consumo de sustancias para enfrentar las emociones relacionadas con el Covid-19 (13.3%). Se consideró entre estas al alcohol, drogas legales o ilegales, y medicamentos no recetados por un médico.
Un 10.7 % de los encuestados dijo haber considerado seriamente el suicidio en los 30 días anteriores. Pero la distribución en este grupo fue significativamente mayor entre los cuidadores de adultos no remunerados (30.7%), los adultos jóvenes entre 18 y 24 años (25.5%), y los trabajadores esenciales (21.7%).
El péndulo de Schopenhauer
Las evidencias sobre el impacto de la pandemia en la sintomatología en salud mental, que es expresión de un grado de sufrimiento psíquico, no debe hacernos perder de vista sus diferencias con un conjunto de estados que mal podrían atribuirse a trastornos como los señalados. Se trata de emociones y sensaciones propias de la situación de pandemia y los cambios del vivir en un nuevo contexto. “Normales”, si se quiere. Pongamos por ejemplo la diferencia entre sintomatología depresiva y aburrimiento. Si lo depresivo es el sufrimiento por aquello que quisiéramos tener pero hemos perdido definitivamente, el aburrimiento en cambio es el deseo de tener otra cosa que la que transitoriamente tenemos.
El aburrimiento es el malestar que se siente ante la ausencia de algo que nos interese y que de alcanzarlo nos generaría bienestar, diversión y alegría. Es un fenómeno socio-cultural que resulta creciente desde el siglo XIX y que ha crecido tanto como para generar una gigantesca industria del entretenimiento para responder a ese tiempo vacío que ya se ha hecho cultura.
Ese carácter social más reciente del aburrimiento a gran escala, pasó a ser tema de interés para la filosofía sobre todo en Kierkegaard y Schopenhauer, en Nietzsche, Heidegger y Sartre. Aunque Kierkegaard trabajó más en temas como la angustia, la desesperación y la melancolía, también trató del tedio o aburrimiento: “Qué tremendo es el tedio (…) Permanezco tendido, inactivo; lo único que veo es el vacío; lo único de lo que me alimento es el vacío; lo único en lo que me muevo es el vacío. Ya ni siquiera sufro dolor”. Y Schopenhauer dirá: “La vida humana oscila como un péndulo del sufrimiento al aburrimiento”.
Pero aunque superar el aburrimiento se dirige a lograr el goce de la vida, no es la satisfacción de los impulsos lo que logra esa superación. Porque la actuación impulsiva no nos lleva al goce de una elección existencial sino a la ilusión de dominar una realidad que no dejará de imponerse. Negar la enfermedad y la muerte mediante un acto de pretensión auto-afirmativa, no será libertad de elección sino expresión de fracaso.
La Otra cosa del aburrimiento
El aburrimiento es la manifestación del deseo de Otra cosa, dirá Lacan. Pero todas las personas diferimos en qué cosa sea ese algo que deseamos y despierta nuestro placer. Lo cierto es que en una situación de pandemia la inmensa mayoría de nuestros deseos y motivos de interés se ven afectados. Ni el amor y los afectos, ni el trabajo, ni la creatividad, entre muchas otras cuestiones, encuentran su espacio de realización plena.
Reunirnos con otros presencialmente, en cualquiera de sus formas, quizá sea el mayor interés que nos quita el aburrimiento. Hasta actividades muy personales como pueda ser el leer un libro o hacer una actividad solitaria, sólo cobran pleno sentido satisfactorio en la seguridad del encuentro con aquellos con quienes de un modo u otro compartimos ese placer en apariencia solitario.
Si en lo depresivo perdemos la capacidad de sentir placer, en el aburrimiento tenemos esa capacidad intacta y a la espera de encontrar esa Otra cosa que nos devuelva el goce. Entre esas cosas hay algunas inofensivas, como son los pasatiempos que nos ayudan a tolerar la frustración transitoria. Pero hay otras que pueden resultar dañinas para uno mismo y para los demás, cuando nuestra tolerancia a la frustración es baja y en lugar de la espera decidimos actuar impulsivamente en procura de alcanzar ese goce deseado, sin importar las consecuencias y con un plus de goce que es la transgresión de las normas establecidas.
En un experimento se puso a varias personas aisladas, cada una de ellas sola, para que pasaran 15 minutos en su habitación y sólo tuvieran para entretenerse sus propios pensamientos. Se les ofreció, como única alternativa, la posibilidad de auto-administrarse el estímulo negativo de una pequeña descarga eléctrica. El 67% de los hombres y el 25% de las mujeres participantes prefirieron darse esa descarga a no tener ningún estímulo externo.
Por eso la diferencia entre depresión y aburrimiento puede ser útil entonces para distinguir aquellos estados que requieran de abordajes clínicos de otros estados emocionales que puedan requerir de otras estrategias para prevenir sus efectos adversos. Aunque ambos estados puedan formar parte de los estudios de una epidemiología social, las respuestas que demos a los mismos no han de ser equivalentes. Y esto debería ser tratado seriamente en el abordaje integral de la salud pública en situación de pandemia.
La fiesta del coronavirus
Aunque en marzo ya se había realizado una en Kentucky con el saldo de un infectado, a principios de mayo se supo que en el estado de Washington (USA) se realizaban “Fiestas Covid”. Estas consistían en organizar reuniones festivas en las que jóvenes universitarios sanos se mezclaban con personas infectadas por coronavirus para observar quienes de los sanos se infectaban. Todos los participantes debían poner dinero para reunir un premio que se daba al primero de todos los asistentes que pudiera demostrar, después de unos días, que se había infectado.
Se estimó entonces que algunos de los 94 casos de la región de Walla Walla, distante 400 kilómetros de Seattle, foco inicial de la pandemia en Estados Unidos, se habían infectado en esas fiestas, ya que 25 de ellos admitieron haber participado en alguna de ellas.
Algo similar ocurrió dos meses después en Tuscaloosa (Alabama). En el gobierno de la ciudad admitieron que los bomberos habían podido constatar la realización de varias de estas fiestas. Un médico de la localidad declaró que “cuando los estudiantes son llamados para informarles de sus resultados, notamos que algunos estaban muy emocionados al ser positivos, mientras que otros se molestaban cuando se les decía que habían dado negativo en la prueba”.
Sufrimiento, aburrimiento y malicia
Hay algo de lo festivo en medio del drama de enfermedad y muerte por el Covid que nos deja perplejos. ¿Cómo es posible anteponer la satisfacción impulsiva de la búsqueda de goce a una razonable aceptación de los límites que nos impone la situación de la salud colectiva? Se ha condenado moralmente a los jóvenes que han privilegiado el tomarse unas cervezas en grupo de amigos, sin barbijos ni distanciamiento. Y algo de razón hay en esa condena. Pero en lo que venimos diciendo puede verse un hilo de comprensión que podemos encontrar en la distinción de las diferencias y su complejidad.
Una cuestión es la sintomatología en salud mental que está generando la pandemia y que puede dar lugar a conductas que demandan abordaje clínico. Esa sintomatología debe ser medida así como se hace con la circulación del virus y su afectación. El respeto de la salud como derecho nos pide asegurar el más alto nivel posible de salud física y mental. Las áreas de salud mental de los ministerios han trabajado mucho en recomendaciones e instrumentos de atención y cuidado para el abordaje de trastornos en salud mental.
Pero es necesario ir a buscar activamente en la población supuestamente sana los efectos que está teniendo la pandemia. Y con ese fin no sólo deben trabajar los ministerios sino también las más diversas instituciones. Un ejemplo mayor son las universidades públicas y privadas que han de salir a identificar preventivamente a esos posibles síntomas en la población universitaria. La tarea de identificación preventiva debe anteceder a la oferta de servicios de atención y cuidado.
Una segunda cuestión es la de lo que hemos denominado en un sentido amplio y a la vez vitalmente profundo, aburrimiento. Este estado no es síntoma mental de trastorno mental alguno, y no es un problema en tanto estado, sino en tanto conductas dirigidas a superar ese estado. Las políticas públicas lo tienen en cuenta y habilitan movimientos que ayuden a esa superación hasta donde esto es posible sin exponer a riesgo de contagio y enfermedad a la población.
Aquí se puede comprender la necesidad de los jóvenes, por ejemplo, de tener actividades que les permitan mantener la salud mental sin hacer síntomas mediante el goce de acceso a determinadas satisfacciones. Se puede comprender especialmente porque las sociedades actuales han promovido hasta la exageración la necesidad de entretenimiento. Y si bien hay sectores de la población joven que encuentran la superación del aburrimiento en el compromiso y el trabajo solidario, también hay que aceptar las diferencias de las identidades personales que cada uno de nosotros ha llegado a configurar en la vida propia con lo que le ha tocado vivir.
Pero una tercera cuestión, mucho más problemática y ahora sí claramente condenable, es la de aquellas conductas que a la búsqueda del goce satisfactorio por la superación de la frustración cotidiana, le suman el plus de goce del transgredir las normas. Es la quema de barbijos, el agrupamiento sin distanciamiento alguno que cuide a los demás, y otros actos desafiantes de un individualismo al que no cabe otra posibilidad que asignarle la pretensión de gozar con la amenaza de un daño potencial y el temor de los otros a ese daño.
Sin embargo, esas conductas que no dejan de buscar un goce perverso, se encuentran facilitadas por políticas de una flexibilización normativa en desacuerdo con las recomendaciones más aceptadas y extendidas, con lo que lo individual se ve estimulado por quienes han de sostener la normatividad de enlace y protección colectiva. Se encuentran ejemplos de esto en algunas medidas del gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, en un municipio como el de Tandil y en un país como Brasil. Y en agentes mediáticos que acompañan esos estímulos a la transgresión. De esto hablaba en mi nota anterior al hablar de malicia. De esa manipulación de la libertad de acción para promover un goce que, lejos de restaurar la armonía mental, lo que hace es promover una sociedad de perversión generalizada.
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